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Segundo tomo del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha

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Por comision del señor dotor Francisco de Torme y de Liori, Canonigo de la santa Iglesia de Tarragona, Oficial y Vicario general, por el ilustrísimo y reverendisimo señor don Juan de Moncada, Arçobispo de Tarragona y del Consejo de su Magestad: he leydo yo Raphael Orthoneda, dotor en santa Theologia, el libro intitulado Segundo tomo del ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha, compuesto por el Licenciado Alonso Fernandez de Avellaneda, y me parece que no contiene cosa deshonesta ni prohibida, por lo cual no se deba imprimir, y que es libro curioso y de entretenimiento; y por tanto lo firmo de mi mano, hoy á 18 de Abril del año de 1614. El Dotor Raphael Orthoneda. Nos el dotor Francisco de Torme y de Liori, Canonigo de la Santa Iglesia de Tarragona y por el ilustrisimo y Reverendisimo señor don Juan de Moncada por la gracia de Dios Arçobispo de Tarragona y del Consejo de su Magestad, en el Espiritual y temporal, Vicario general y Oficial. Atendida la relacion del dotor Raphael Orthoneda, á quien comitimos que viese y examinase este libro que se intitula Segundo tomo de don Quixote de la Mancha, compuesto por el Licenciado Alonso Fernandez de Avellaneda que no contiene cosa deshonesta, ni prohibida, damos y otorgamos licencia que se pueda imprimir y vender en este Arçobispado, Fecha de nuestra propia mano en la dicha ciudad de Tarragona á 4 de Julio, 1614. El dotor y canonigo Francisco de Torme y de Liori, Vicar. Gen. y Offi.


AL ALCALDE, REGIDORES Y HIDALGOS DE LA NOBLE VILLA
DEL ARGAMESILLA DE LA MANCHA, PATRIA FELIZ DEL HIDALGO CABALLERO DON QVIXOTE, LUSTRE DE LOS PROFESORES
DE LA CABALLERIA ANDANTESCA.

Antigua es la costumbre de dirigirse los libros de las excelencias y hazañas de algun hombre famoso á las patrias ilustres que como madres los criaron y sacaron á luz, y aun competir mil ciudades sobre cual lo habia de ser de un buen ingenio y grave personage; y como lo sea tanto el hidalgo caballero don Quixote de la Mancha (tan conocido en el mundo por sus inauditas proezas) justo es, para que lo sea tambien esa venturosa villa que vs. ms. rigen, patria suya y de su fidelisimo escudero Sancho Pança, dirigirles esta Segunda Parte, que relata las vitorias del uno y buenos servicios del otro, no menos invidiados que verdaderos. Reciban pues vs. ms. baxo de su manchega proteccion el libro y el celo de quien, contra mil detracciones le ha trabajado, pues lo merece por él y por el peligro á que su autor se ha puesto, poniendole en la plaça del vulgo, que es dezir en los cuernos de un toro indomito, etc.

PROLOGO

Como casi es comedia la historia de Don Quixote de la Mancha, no puede ni debe ir sin prologo; y asi sale al principio desta segunda parte de sus hazañas este, menos cacareado y agresor de sus lectores que el que á su primera parte puso Miguel de Cervantes Saavedra y más humilde que el que segundó en sus novelas, más satíricas que exemplares, si bien no poco ingeniosas. No le pareceran á él lo son las razones desta historia, que se prosigue con la autoridad que él la començó, y con la copia de fieles relaciones que á su mano llegaron (y digo mano, pues confiesa de sí que tiene sola una; y hablando tanto de todos, hemos de dezir del que, como soldado tan viejo en años cuanto moço en brios, tiene más lengua que manos) pero quexese de mi trabajo por la ganancia que le quito de su segunda parte; pues no podrá, por lo menos, dexar de confesar tenemos ambos un fin, que es desterrar la perniciosa licion de los vanos libros de caballerias, tan ordinaria en gente rustica y ociosa; si bien en los medios diferenciamos; pues él tomó por tales el ofender á mí; y particularmente á quien tan justamente celebran las naciones más extrangeras, y la nuestra debe tanto, por haber entretenido honestisima y fecundamente tantos años los teatros de España con estupendas é inumerables comedias, con el rigor del arte que pide el mundo, y con la seguridad y limpieza que de un ministro del Santo Ofizio se debe esperar.

No solo he tomado por medio entremesar la presente comedia con las simplicidades de Sancho Pança, huyendo de ofender á nadie ni de hazer ostentacion de sinonomos voluntarios, si bien supiera hazer lo segundo, y mal lo primero; solo digo que nadie se espante de que salga de diferente autor esta segunda parte, pues no es nuevo el proseguir una historia diferentes sugetos. ¿Cuantos han hablado de los amores de Angelica y de sus sucesos? Las Arcadias, diferentes las han escrito, la Diana no es toda de una mano. Y pues Miguel de Cervantes es ya de viejo como el castillo de San Cervantes, y por los años tan mal contentadizo, que todo y todos le enfadan, y por ello está tan falto de amigos, que cuando quisiera adornar sus libros con sonetos campanudos, habia de ahijarlos (como él dize) al Preste Juan de las Indias ó al emperador de Trapisonda, por no hallarp. 6 titulo quiças en España que no se ofendiera de que tomara su nombre en la boca, con permitir tantos vayan los suyos en los principios de los libros del autor de quien murmura, y plegue á Dios aun dexe, ahora que se ha acogido á la Iglesia y sagrado: Contentese con su Galatea y comedias en prosa; que eso son las más de sus novelas: no nos canse. Santo Thomas, en la 2, 2, q. 36, enseña que la invidia es tristeza del bien y aumento ageno, dotrina que la tomó de san Juan Damasceno: á este vicio da por hijos S. Gregorio, en el libr. 31, capit. 31 de la exposicion moral que hizo á la historia del santo Job, al odio, susurracion y detraccion del proximo, gozo de sus pesares, y pesar de sus buenas dichas; y bien se llama este pecado invidia a non videndo, quia invidus non potest videre bona aliorum: efectos todos tan infernales como su causa, tan contrarios á los de la caridad cristiana, de quien dixo san Pablo, I. Corint., 13. Charitas patiens est, benigna est, non emulatur, non agit perperam, non inflatur, non est ambitiosa, congaudet veritati, etc. Pero disculpa los yerros de su Primera Parte, en esta materia, el haberse escrito entre los de una carcel; y asi no pudo dexar de salir tiznada dellos, ni salir menos que quexosa, murmuradora, impaciente y colerica, cual lo estan los encarcelados. En algo diferencia esta parte, de la primera suya; porque tengo opuesto humor tambien al suyo; y en materia de opiniones en cosas de historia, y tan autentica como esta, cada cual puede echar por donde le pareciere; y más dando para ello tan dilatado campo la cafila de los papeles que para componerla he leido, que son tantos como los que he dexado de leer.

No me murmure nadie de que se permitan impresiones de semejantes libros, pues este no enseña á ser deshonesto, sino á no ser loco; y permitiendose tantas Celestinas, que ya andan madre y hija por las plaças, bien se puede permitir por los campos un Don Quixote y un Sancho Pança, á quienes jamas se les conoció vicio; antes bien buenos deseos de desagraviar huerfanas y deshazer tuertos, etc.

DE PERO FERNANDEZ

SONETO

Maguer que las mas altas fechorias homes requieren doctos e sesudos,

e yo soy el menguado entre los rudos,

de buen talante escribo á mas porfias.

Puesto que habia una sin fin de dias

que la fama escondia en libros mudos

los fechos mas sin tino y cabeçudos

que se han visto de Illescas hasta Olias;

yo vos endono, nobles leyenderos,

las segundas sandeces sin medida del manchego fidalgo Don Quixote,

para que escarmenteis en sus aceros;

que el que correr quisiere tan al trote,

non puede haber mejor solaz de vida.

QUINTA PARTE DEL INGENIOSO
HIDALGO DON QUIXOTE DE LA MANCHA
Y DE SU ANDANTESCA
CABALLERIA

CAPITULO PRIMERO

De como don Quixote de la Mancha volvió á sus desvanecimientos de caballero andante, y de la venida á su lugar del Argamesilla ciertos caballeros granadinos

El sabio Alisolan, historiador no menos moderno que verdadero, dize que, siendo expelidos los moros agarenos de Aragon, de cuya nacion él decendia, entre ciertos anales de historias halló escrita en arabigo la tercera salida que hizo del lugar del Argamesilla el invicto hidalgo don Quixote de la Mancha, para ir á unas justas que se hazian en la insigne ciudad de Çaragoça, y dize desta manera. Despues de haber sido llevado don Quixote por el Cura y el Barbero y la hermosa Dorotea á su lugar en una jaula, con Sancho Pança, su escudero, fue metido en un aposento con una muy gruesa y pesada cadena al pie; adonde, no con pequeño regalo de pistos y cosas conservativas y sustanciales, le volvieron poco á poco a su natural juizio; y para que no volviese á los antiguos desvanecimientos de sus fabulosos libros de caballerias, pasados algunos dias de su encerramiento, empezó con mucha instancia á rogar á Madalena, su sobrina, que le buscase algun buen libro en que poder entretener aquellos setecientos años que él pensaba estar en aquel duro encantamiento; la cual, por consejo del cura Pedro Perez y de maese Nicolas, barbero, le dió un Flos Sanctorum, de Villegas, y los Evangelios y Epistolas de todo el año en vulgar, y la Guia de pecadores, de fray Luis de Granada; con la cual licion, olvidandose de las quimep. 9ras de los caballeros andantes, fue reducido dentro de seis meses á su antiguo juizio, y suelto de la prision en que estaba. Començó tras esto á ir á misa con su rosario en las manos, con las Horas de nuestra Señora, oyendo tambien con mucha atencion los sermones; de tal manera, que ya todos los vecinos del lugar pensaban, que totalmente estaba sano de su accidente, y daban muchas gracias á Dios, sin osarle dezir ninguno (por consejo del Cura) cosa de las que por él habian pasado. Ya no le llamaban don Quixote, sino el señor Martin Quijada, que era su propio nombre; aunque en ausencia suya tenian algunos ratos de pasatiempo con lo que dél se dezia, y de que se acordaban todos, como lo del rescatar ó libertar los galeotes, lo de la penitencia que hizo en Sierra Morena, y todo lo demas que en las primeras partes de su historia se refiere. Sucedió pues en este tiempo, que, dandola á su sobrina, el mes de agosto, una calentura de las que los fisicos llaman efimeras, que son de veinte y cuatro, horas, el accidente fue tal, que dentro dese tiempo la sobrina Madalena murió quedando el buen hidalgo solo y desconsolado; pero el Cura le dió una harto devota vieja y buena cristiana, para que la tuviese en casa, le guisase la comida, le hiziese la cama, y acudiese á lo demas del servicio de su persona, y para que, finalmente, les diese aviso á él ó al Barbero de todo lo que don Quixote hiziese ó dixese dentro ó fuera de casa, para ver si volvia á la necia porfia de su caballeria andantesca. Sucedió pues en este tiempo que un dia de fiesta, despues de comer, que hazia un calor excesivo, vino á visitarle Sancho Pança, y hallandole en su aposento leyendo el Flos Sanctorum, le dixo: ¿Que haze, señor Quijada? ¿Como va? ¡Oh Sancho! dixo don Quixote, seas bien venido: sientate aqui un poco; que á fe que tenia harto deseo de hablar contigo. ¿Que libro es ese, dixo Sancho, en que lee su mercé? ¿Es de algunas caballerias como aquellas en que nosotros anduvimos tan neciamente el otro año? Lea un poco por su vida, á ver si hay algun escudero que medrase mejor que yo; que por vida de mi sayo, que me costó la burla de la caballeria más de veinte y seis reales, mi buen Rucio, que me hurtó Ginesillo, el buena voya, y yo me quedé tras todo eso sin ser rey ni Roque, si ya estas carnestoliendas no me hazen los muchachos rey de los gallos: en fin, todo mi trabajo ha sido hasta agora en vano. No leo, dixo don Quixote, en libro de caballerias; que no tengo alguno: pero leo en este Flos Sanctorum, que es muy bueno. ¿Y quien fue ese Flas Sanctorum? replicó Sancho; ¿fue rey, ó algun gip. 10gante de aquellos que se tornaron molinos ahora un año? Todavia, Sancho, dixo don Quixote, eres necio y rudo. Este libro trata de las vidas de los santos, como de san Lorenço, que fue asado; de san Bartolome, que fue desollado; de santa Catalina, que fue pasada por la rueda de las navajas; y asimismo de todos los demas santos y martires de todo el año. Sientate, y leerte hé la vida del santo que hoy, á de agosto, celebra la Iglesia, que es san Bernardo. Par Dios, dixo Sancho, que yo no soy amigo de saber vidas agenas, y más de mala gana me dexaria quitar el pellejo ni asar en parrillas. Pero digame: ¿á san Bartolome quitaronle el pellejo, y á san Lorenço pusieronle á asar despues de muerto ó acabando de vivir? ¡Oigan que necedad! dixo don Quixote: vivo desollaron al uno, y vivo asaron al otro. ¡Oh, hi de puta, dixo Sancho, y como les escoceria! Pardiobre, no valia yo un higo para Flas Santorum; rezar de rodillas media dozena de credos, vaya enhorabuena; y aun ayunar, como comiese tres vezes al dia razonablemente, bien lo podria llevar. Todos los trabajos, dixo don Quixote, que padecieron los santos que te he dicho, y los demas de quien trata este libro, los sufrian ellos valerosamente por amor de Dios, y asi ganaron el reino de los cielos. A fe, dixo Sancho, que pasamos nosotros, ahora un año, hartos desafortunios para ganar el reino Micomicon, y nos quedamos hechos micos; pero creo que v. m. querrá ahora que nos volvamos santos andantes para ganar el paraiso terrenal. Mas dexado esto aparte, lea, y veamos la vida que dize, de san Bernardo. Leyola el buen hidalgo, y á cada hoja le dezia algunas cosas de buena consideracion, mezclando sentencias de filosofos, por donde se descubria ser hombre de buen entendimiento y de juizio claro, si no le hubiera perdido por haberse dado sin moderacion á leer libros de caballerias, que fueron la causa de todo su desvanecimiento. Acabando don Quixote de leer la vida de san Bernardo, dixo:

¿Que te parece, Sancho? ¿Has leido santo que más aficionado fuese á nuestra Señora que este? ¿Más devoto en la oracion, más tierno en las lagrimas y más humilde en obras y palabras? A fe, dixo Sancho, que era santo de chapa: yo le quiero tomar por devoto de aqui adelante, por si me viere en algun trabajo (como aquel de los batanes de marras ó manta de la venta), y me ayude, ya que v. m. no pudo saltar las bardas del corral. ¿Pero sabe, señor Quijada, que me acuerdo que el domingo pasado llevó el hijo de Pedro Alonso, el que anda á la escuela, un libro debaxo de un arbol, junto al molino, y nos estuvo leyendo más de dosp horas en él? El libro es lindo á las mil maravillas, y mucho mayor que ese Flas Santorum, tras que tiene al principio un hombre armado en su caballo, con una espada más ancha que esta mano, desenvainada, y da en una peña un golpe tal, que la parte por medio, de un terrible porrazo, y por la cortadura sale una serpiente, y él le corta la cabeça. ¡Este sí, cuerpo non de Dios, que es buen libro! ¿Como se llama? dixo don Quixote; que si yo no me engaño, el muchacho de Pedro Alonso creo que me le hurtó ahora un año, y se ha de llamar Don Florisbian de Candaria, un caballero valerosisimo, de quien trata, y de otros valerosos, como son Almiral de Çuazia, Palmerin del Pomo, Blastrodas de la Torre y el gigante Maleorte de Bradanca, con las dos famosas encantadoras Zuldasa y Dalfadea. A fe que tiene razon, dixo Sancho; que esas dos llevaron á un caballero al castillo de no sé como se llama. De Azefaros, dixo don Quixote. Si, á la fe; y que si puedo, se lo tengo de hurtar, dixo Sancho, y traerle acá el domingo para que leamos; que aunque no sé leer, me alegro mucho en oir aquellos terribles porrazos y cuchilladas que parten hombre y caballo. Pues, Sancho, dixo don Quixote, hazme plazer de traermele; pero ha de ser de manera que no lo sepa el Cura ni otra persona. Yo se lo prometo, dixo Sancho, y aun esta noche, si puedo, tengo de procurar traersele debaxo de la halda de mi sayo; y con esto quede con Dios; que mi muger me estará aguardando para cenar. Fuese Sancho, y quedó el buen hidalgo levantada la mollera con el nuevo refresco que Sancho le traxo á la memoria, de las desvanecidas caballerias. Cerró el libro, y començó á pasearse por el aposento, haziendo en su imaginacion terribles quimeras, trayendo á la fantasia todo aquello en que solia antes desvanecerse. En esto tocaron á visperas, y él, tomando su capa y rosario, se fue á oirlas con el Alcalde, que vivia junto á su casa; las cuales acabadas, se fueron los alcaldes, el Cura, don Quixote y toda la demas gente de cuenta del lugar á la plaça, y puestos en corrillo, començaron á tratar de lo que más les agradaba. En este punto vieron entrar por la calle principal en la plaça cuatro hombres principales á caballo, con sus criados y pajes, y doze lacayos que traian doze caballos del diestro ricamente enjaezados; lo cual visto por los que en la plaça estaban, aguardaron un poco á ver que seria aquello, y entonces dixo el Cura, hablando con don Quixote: Por mi santiguada, señor Quijada, que si esta gente viniera por aqui hoy haze seis meses, que á v. m. le pareciera una de las más extrañas y peligrosas aventuras que en sus libros de cabap. 12llerias habia jamas oido ni visto; y que imaginara v. m. que estos caballeros llevarian alguna princesa de alta guisa forçada; y que aquellos que ahora se apean eran cuatro descomunales gigantes, señores del castillo de Bramiforan, el encantador. Ya todo eso, señor licenciado, dixo don Quixote, es agua pasada, con la cual, como dizen, no puede moler molino, mas lleguemonos hazia ellos á saber quien son; que si yo no me engaño, deben de ir á la corte á negocios de importancia, pues su trage muestra ser gente principal. Llegaronse todos á ellos, y hecha la debida cortesia, el Cura, como más avisado, les dixo de esta manera: Por cierto, señores caballeros, que nos pesa en extremo que tanta nobleza haya venido á dar cabo en un lugar tan pequeño como este, y tan desapercibido de todo regalo y buen acogimiento, como vs. ms. merecen; porque en él no hay meson ni posada capaz de tanta gente y caballos como aqui vienen; mas con todo, estos señores y yo, si de algun provecho fueremos, y vs. ms. determinaren de quedar aqui esta noche, procuraremos que se les dé el mejor recado que ser pudiere. El uno de ellos, que parecia ser el más principal, le rindió las gracias, diziendo en nombre de todos: En extremo, señores, agradecemos esa buena voluntad que sin conocernos se nos muestra, y quedaremos obligados con muy justa razon á agradecer y tener en memoria tan buen deseo. Nosotros somos caballeros granadinos, y vamos á la insigne ciudad de Çaragoça á unas justas que alli se hazen; que teniendo noticia que es su mantenedor un valiente caballero, nos habemos dispuesto á tomar este trabajo, para ganar en ellas alguna honra, la cual sin él es imposible alcançarse. Pensabamos pasar dos leguas más adelante; pero los caballos y gente vienen algo fatigada, y asi nos pareció quedar aqui esta noche, aunque hayamos de dormir sobre los poyos de la iglesia, si el señor Cura diere licencia para ello. Uno de los alcaldes, que sabia más de segar y de uncir las mulas y bueyes de su labrança, que de razones cortesanas, le dixo: No se les dé nada á sus mercedes; que aqui les haremos merced de alojarles esta noche; que sietecientas vezes al año tenemos capitanias de otros mayores fanfarrones que ellos, y no son tan agradecidos y bien hablados como vs. ms. son; y á fe que nos cuesta al Concejo más de noventa maravedis por año. El Cura, por atajarle que no pasase adelante con sus necedades, les dixo: vs. ms., mis señores, han de tener paciencia; que yo les tengo de alojar por mi mano, y ha de ser desta manera: que los dos señores alcaldes se lleven á sus casas estos dos señores caballeros conp. 13 todos sus criados y caballos, y yo á v. m., y el señor Quijada, á esotro señor; y cada uno, conforme sus fuerças alcançaren, procure de regalar á su huesped; porque, como dizen, el huesped, quien quiera que sea, merece ser honrado; y siendolo estos señores, tanta mayor obligacion tenemos de servirles, siquiera porque no se diga que llegando á un lugar de gente tan politica, aunque pequeño, se fueron á dormir, como este señor dixo lo harian, á los poyos de la iglesia. Don Quixote dixo á aquel que por suerte le cupo, que parecia ser el más principal: Por cierto, señor caballero, que yo he sido muy dichoso en que v. m. se quiera servir de mi casa, que, aunque es pobre de lo que es necesario para acudir al perfeto servicio de un tan gran caballero, será á lo menos muy rica de voluntad, la cual podrá v. m. recebir sin más ceremonias. Por cierto, señor hidalgo, respondió el caballero, que yo me tengo por bien afortunado en recebir merced de quien tan buenas palabras tiene, con las cuales es cierto conformarán las obras. Tras esto, despidiendose los unos de los otros, cada uno con su huesped, se resolvieron, al partir, en que tomasen un poco la mañana, por causa de los excesivos calores que en aquel tiempo hazian. Don Quixote se fue á su casa con el caballero que le cupo en suerte; y poniendo los caballos en un pequeño establo, mandó á su vieja ama que adereçase algunas aves y palominos, de que él tenia en casa no pequeña abundancia, para cenar toda aquella gente que consigo traia; y mandó juntamente á un muchacho llamase á Sancho Pança para que ayudase en lo que fuese menester en casa; el cual vino al punto de muy buena gana.

Entre tanto que la cena se aparejaba, començaron á pasearse el caballero y don Quixote por el patio, que estaba fresco; y entre otras razones le preguntó don Quixote la causa que le habia movido á venir de tantas leguas á aquellas justas, y como se llamaba: á lo cual respondió el caballero que se llamaba don Alvaro Tarfe, y que decendia del antiguo linage de los moros Tarfes de Granada, deudos cercanos de sus reyes, y valerosos por sus personas, como se lee en las historias de los reyes de aquel reino, de los Abencerrajes, Zegries, Gomeles y Muzas, que fueron cristianos despues que el Catolico rey Fernando ganó la insigne ciudad de Granada; y ahora esta jornada por mandado de un serafin en habito de muger, el cual es reina de mi voluntad, objeto de mis deseos, centro de mis suspiros, archivo de mis pensamientos, paraiso de mis memorias, y finalmente, consumada gloria de la vida que poseo. Esta, como digo, me mandó que partiese para estas justas, y entrase en ellas en su nombre, y le truxese alguna de las ricas joyas y preseas que en premio se les ha de dar á los venturosos aventureros vencedores; y voy cierto y no poco seguro de que no dexaré de llevarsela; porque yendo ella conmigo, como va dentro de mi coraçon, será el vencimiento infalible, la vitoria cierta, el premio seguro, y mis trabajos alcançaran la gloria que por tan largos dias he con tan inflamado afecto deseado.

Por cierto, señor don Alvaro Tarfe, dixo don Quixote, que aquella señora tiene grandisima obligacion á corresponder á los justos ruegos de v. m. por muchas razones. La primera, por el trabajo que toma v. m. en hazer tan largo camino en tiempo tan terrible. La segunda, por el ir por solo su mandado, pues con él, aunque las cosas sucedan al contrario de su deseo, habrá cumplido con la obligacion de fiel amante, habiendo hecho de su parte todo lo posible. Mas suplico á v. m. me dé cuenta desa hermosa señora y de su edad y nombre, y del de sus nobles padres. Menester era, respondió don Alvaro, un muy grande calapino para declarar una de las tres cosas que v. m. me ha preguntado; y pasando por alto las dos postreras, por el respeto que debo á su calidad, solo digo de sus años que son diez y seis, y su hermosura tanta, que á dicho de todos los que la miran aun con ojos menos apasionados que los mios, afirman della no haber visto, no solamente en Granada, pero ni en toda la Andaluzia, más hermosa criatura; porque, fuera de las virtudes del animo, es sin duda blanca como el sol, las mexillas de rosas recien cortadas, los dientes de marfil, los labios de coral, el cuello de alabastro, las manos de leche, y finalmente, tiene todas las gracias perfetisimas de que puede juzgar la vista; si bien es verdad que es algo pequeña de cuerpo. Pareceme, señor don Alvaro, replicó don Quixote, que no dexa esa de ser alguna pequeña falta; porque una de las condiciones que ponen los curiosos para hazer á una dama hermosa es la buena disposicion del cuerpo; aunque es verdad que esta falta muchas damas la remedian con un palmo de chapin valenciano; pero quitado este, que no en todas partes ni á todas horas se puede traer, parecen las damas, quedando en çapatillas, algo feas, porque las basquiñas y ropas de seda y brocados, que estan cortadas á la medida de la disposicion que tienen sobre los chapines, les vienen largas de tal modo que arrastran dos palmos por elp. suelo; y asi no dexará esto de ser alguna pequeña imperfecion en la dama de v. m. Antes, señor hidalgo, dixo don Alvaro, esa la hallo yo por una muy grande perfecion. Verdad es que Aristoteles, en el cuarto de sus Eticas, entre las cosas que ha de tener una muger hermosa cual él alli la describe, dize que ha de ser de una disposicion que tire á lo grande; mas otros ha habido de contrario parecer, porque la naturaleza, como dizen los filosofos, mayores milagros haze en las cosas pequeñas que en las grandes; y cuando ella en alguna parte hubiese errado en la formacion de un cuerpo pequeño, será más dificultoso de conocer el yerro, que si fuese hecho en cuerpo grande. No hay piedra preciosa que no sea pequeña, y los ojos de nuestros cuerpos son las partes más pequeñas que hay en él, y son las más bellas y más hermosas; asi que mi serafin es un milagro de la naturaleza, la cual ha querido darnos á conocer por ella como en poco espacio puede recoger con su maravilloso artificio el inumerable numero de gracias que puede produzir; porque la hermosura, como dize Ciceron, no consiste en otra cosa que en una conveniente disposicion de los miembros, que con deleite mueve los ojos de los otros á mirar aquel cuerpo cuyas partes entre sí mesmas con una cierta ociosidad se corresponden. Pareceme, señor don Alvaro, dixo don Quixote, que v. m. ha satisfecho con muy sutiles razones á la objecion que contra la pequeñez del cuerpo de su reina propuse; y porque me parece que ya la cena por ser poca estará aparejada, suplico á v. m. nos entremos á cenar; que despues sobre cena tengo un negocio de importancia que tratar con v. m., como con persona que tan bien sabe hablar en todas materias.

CAPITULO II

De las razones que pasaron entre don Alvaro Tarfe y don Quixote sobre cena, y como le descubre los amores que tiene con Dulcinea del Toboso, comunicandole dos cartas ridiculas: por todo lo cual el caballero cae en la cuenta de lo que es don Quixote.

Despues de haber dado don Quixote razonablemente de cenar á su noble huesped, por postre de la cena, levantados ya los manteles, oyó de sus cuerdos labios las siguientes razones: Por cierto, señor Quijada, que estoy en extremo maravilladop. 16 de que en el tiempo que nos ha durado la cena, he visto á v. m. algo diferente del que le ví cuando entré en su casa; pues en la mayor parte della le he visto tan absorto y elevado en no sé que imaginacion, que apenas me ha respondido jamas á proposito, sino tan ad Ephesios, como dizen, que he venido á sospechar que algun grave cuidado le aflige y aprieta el animo; porque le he visto quedarse á ratos con el bocado en la boca, mirando sin pestañear á los manteles, con tal suspension que, preguntandole si era casado, me respondió: ¿Rocinante? señor, el mejor caballo es que se ha criado en Cordoba; y por esto digo que alguna pasion ó interno cuidado atormenta á v. m.; porque no es posible nazca de otra causa tal efecto; y tal puede ser que, como otras muchas vezes he visto en otros, pueda quitarle la vida, ó á lo menos, si es vehemente, apurarle el juizio; y asi suplico á v. m. se sirva comunicarme su sentimiento; porque si fuere tal la causa dél que yo con mi persona pueda remediarla, lo haré con las veras que la razon y mis obligaciones piden, pues asi como con las lagrimas, que son sangre del coraçon, él mesmo desfoga y descansa, y queda aliviado de las melancolias que le oprimen, vaporeando por el venero de los ojos; asi, ni más ni menos el dolor y afliccion, siendo comunicado, se alivian algun tanto, porque suele el que lo oye, como desapasionado, dar el consejo que es más sano y seguro al remedio de la persona afligida. Don Quixote entonzes le respondió: Agradezco, señor don Alvaro, esa buena voluntad, y el deseo que muestra tener v. m. de hazermela; pero es fuerça que los que profesamos el orden de caballeria, y nos hemos visto en tanta multitud de peligros, ya con fieros y descomunales jayanes, ya con malandrines sabios ó magos, desencantando princesas, matando grifos, y serpientes, rinocerontes y endriagos, llevados de alguna imaginacion destas, como son negocios de honra, quedemos suspensos y elevados y puestos en un honroso extasi, como el en que v. m. dize haberme visto, aunque yo no he echado de verlo: verdad es que ninguna cosa destas por ahora me ha suspendido la imaginacion; que ya todas han pasado por mí. Maravillose mucho don Alvaro Tarfe de oirle dezir que habia desencantado princesas y muerto gigantes, y començó á tenerle por hombre que la faltaba algun poco de juizio; y asi, para enterarse dello le dixo: ¿Pues no se podrá saber que causa por ahora aflige á v. m.? Son negocios, dixo don Quixote, que aunquep. 17 á los caballeros andantes no todas las vezes es licito dezirlos, por ser v. m. quien es y tan noble y discreto, y estar herido con la propia saeta con que el hijo de Venus me tiene herido á mí, le quiero descubrir mi dolor, no para que me dé remedio para él, que solo me le puede dar aquella bella ingrata y dulcisima Dulcinea, robadora de mi voluntad; sino para que v. m. entienda que yo camino y he caminado por el camino real de la caballeria andantesca, imitando en obras y en amores á aquellos valerosos y primitivos caballeros andantes que fueron luz y espejo de todos aquellos que despues dellos han por sus buenas prendas merecido profesar el sacro orden de caballeria que yo profeso, como fueron el invicto Amadis de Gaula, don Belianis de Grecia y su hijo Esplandian, Palmerin de Oliva, Tablante de Ricamonte, el caballero del Febo y su hermano Rosicler, con otros valentisimos principes aun de nuestros tiempos, á todos los cuales, ya que les he imitado en obras y hazañas, los sigo tambien en los amores: asi que, v. m. sabrá que estoy enamorado. Don Alvaro, como era hombre de sutil entendimiento, luego cayó en todo lo que su huesped podia ser, pues dezia haber imitado á aquellos caballeros fabulosos de los libros de caballeria; y asi, maravillado de su loca enfermedad, para enterarse cumplidamente della le dixo: Admirome no poco, señor Quijada, que un hombre como v. m., flaco y seco de cara, y que á mi parecer pasa ya de los cuarenta y cinco, ande enamorado; porque el amor no se alcança sino con muchos trabajos, malas noches, peores dias, mil disgustos, celos, zozobras, pendencias y peligros; que todos estos y otros semejantes son los caminos por donde se camina al amor. Y si v. m. ha de pasar por ellos, no me parece tiene sujeto para sufrir dos noches malas al sereno, aguas y nieves, como yo sé por experiencia que pasan los enamorados. Mas digame v. m. con todo: esa muger que ama, ¿es de aqui del lugar, ó forastera? que gustaria en extremo, si fuese posible, verla antes que me fuese; porque un hombre de tan buen gusto como v. m. es, no es creible sino que ha de haber puesto los ojos en no menos que en una Diana efesina, Policena troyana, Dido cartaginense, Lucrecia romana ó Doralize granadina. A todas esas, respondió don Quixote, excede en hermosura y gracia; y solo imita en fiereza y crueldad á la inhumana Medea; pero ya querrá Dios que con el tiempo, que todas las cosas muda, trueque su coraçon diamantino, y con las nuevas que de mí y mis invenciblesp. fazañas terná, se molifique y sujete á mis no menos importunos que justos ruegos. Asi que, señor, ella se llama Princesa Dulcinea del Toboso (como yo don Quixote de la Mancha), si nunca v. m. la ha oido nombrar; que si habrá, siendo tan celebre por sus milagros y celestiales prendas. Quiso reirse de muy buena gana don Alvaro cuando oyo decir la princesa Dulcinea del Toboso; pero disimuló, porque su huesped no lo echase de ver y se enojase, y asi le dixo: Por cierto, señor hidalgo, ó por mejor dezir, señor caballero, que yo no he oido en todos los dias de mi vida nombrar tal princesa, ni creo la hay en toda la Mancha, si no es que ella se llame por sobrenombre Princesa, como otras se llaman Marquesas. No todos saben todas las cosas, replicó don Quixote; pero yo haré antes de mucho tiempo que su nombre sea conocido, no solamente en España, pero en los reinos y provincias más distantes del mundo. Esta es pues, señor, la que me eleva los pensamientos; esta me enagena de mí mismo; por esta he estado desterrado muchos dias de mi casa y patria, haziendo en su servicio heroicas hazañas, enviandole gigantes y bravos jayanes y caballeros rendidos á sus pies; y con todo eso ella se muestra á mis ruegos una leona de Africa y una tigre de Hircania, respondiendome á los papeles que le envio, llenos de amor y dulzura, con el mayor desabrimiento y despego que jamas princesa á caballero andante escribió. Yo le escribo más largas arengas, que las que Catilina hizo al senado de Roma; más heroicas poesias, que las de Homero ó Virgilio; con más ternezas, el Petrarca escribió á su querida Laura, y con más agradables episodios, que Lucano ni Ariosto pudieron escribir en su tiempo, ni en el nuestro ha hecho Lope de Vega á su Filis, Celia, Lucinda, ni á las demas que tan divinamente ha celebrado, hecho en aventuras un Amadis, en gravedad un Cévola, en sufrimiento un Perineo de Persia, en nobleza un Eneas, en astucia un Ulises, en constancia un Belisario, y en derramar sangre humana un bravo Cid Campeador; y porque v. m., señor don Alvaro, vea ser verdad todo lo que digo, quiero sacar dos cartas que tengo alli en aquel escritorio: una que con mi escudero Sancho Pança la escribi en los dias pasados, y otra que ella me envió en respuesta suya. Levantose para sacarlas, y don Alvaro se quedó haziendo cruces de ver la locura del huesped, y acabó de caer en la cuenta de que él estaba desvanecido con los vanos libros de caballerias, teniendolos porp. 19 muy autenticos y verdaderos. Al ruido que don Quixote hizo abriendo el escritorio, entró Sancho Pança, harto bien llena la barriga de los relieves que habian sobrado de la cena. Y como don Quixote se asentó con las dos cartas en la mano, él se puso repantigado tras las espaldas de su silla para gustar un poco de la conversacion. Ve aqui, dixo don Quixote, v. m. á Sancho Pança mi escudero, que no me dexará mentir á lo que toca al inhumano rigor de aquella mi señora. Si á fe, dixo Sancho Pança; que Aldonza Lorenço, alias Nogales (como asi se llamaba la infanta Dulcinea del Toboso por propio nombre, como consta de las primeras partes desta grave historia), es una grandisima… Tengaselo por dicho; porque ¡cuerpo den ciruelo! ¿ha de andar mi señor hendo tantas caballerias de dia y de noche, y hendo cruel penitencia en Sierra Morena, dandose de calabaçadas, y sin comer por una?…

Mas quiero callar; alla se lo haya, con su pan se lo coma; que quien yerra y se emienda, á Dios se encomienda; que una anima sola ni canta ni llora; y cuando la perdiz canta, señal es de agua; y á falta de pan, buenas son tortas. Pasara adelante Sancho con sus refranes, si don Quixote no le mandara, imperativo modo, que callara; mas con todo replicó diziendo: ¿Quiere saber, señor don Tarfe, lo que hizo la muy zurrada cuando la llevé esa carta que ahora mi señor quiere leer? Estabase en la caballeriça la muy puerca, porque llovia, hinchendo un seron de basura con una pala; y cuando yo le dixe que le traia una carta de mi señor (¡infernal torçon le dé Dios por ello!), tomó una gran palada del estiercol que estaba más hondo y más remojado, y arrojomele de boleo, sin dezir agua va, en estas pecadoras barbas. Yo, como por mis pecados las tengo más espesas que escobilla de barbero, estuve despues más de tres dias sin poder acabar de agotar la porqueria que en ellas me dexó, perfetamente. Diose, oyendo esto, una palmada en la frente don Alvaro, diziendo: Por cierto, señor Sancho, que semejante porte que ese no le merecia la mucha discrecion vuestra. No se espante v. m. replicó Sancho; que á fe que nos ha sucedido á mí y á mi señor, andando por amor della en las aventuras ó desventuras del año pasado, darnos pasadas de cuatro vezes muy gentiles garrotaços. Yo os prometo, dixo colerico don Quixote, que si me levanto, don bellaco desvergonçado, y cojo una estaca de aquel carro, que os muela las costillas y haga que se os acuerde per omnia saecula saeculorum. Amen, respondió Sanp. 20cho. Levantarase don Quixote á castigarle la desvergüença, si don Alvaro no le tuviera el braço y le hiziera volver á sentar en su silla, haziendo con el dedo señas á Sancho para que callase, con que lo hizo por entonzes; y don Quixote, abriendo la carta, dixo: Ve aqui v. m. la carta que este moço llevó los dias pasados á mi señora, y juntamente la respuesta della, para que de ambas colija v. m. si tengo razon de quexarme de su inaudita ingratitud.

Sobrescrito de la carta. A la infanta Dulcinea del Toboso
«Si el amor afincado, ¡oh bella ingrata! que asaz bulle por los poros de mis venas, diera lugar á que me ensañara contra vuestra fermosura, cedo tomara vengança de la sandez con que mis cuitas os dan enojoso reproche. Cuidades, dulce enemiga mia, que non atiendo con todas mis fuerças en al que en desfazer tuertos de gente menesterosa: magüer que muchas vezes ando envuelto en sangre de jayanes, cedo el pensamiento sin polilla está ademas ledo, y tiene remembrança que está preso por una de las más altas fembras que entre las reinas de alta guisa fallar se puede. Empero lo que agora vos demando es, que si alguna desmesurança he tenido, me perdonedes; que los yerros por amare, dignos son de perdonare. Esto pido de finojos ante vuestro imperial acatamiento. Vuestro hasta el fin de la vida. El caballero de la Triste Figura, Don Quixote de la Mancha.»

Por Dios, dixo don Alvaro riendose, que es la más donosa carta que en su tiempo pudo escribir el rey don Sancho de Leon á la noble doña Ximena Gomez, al tiempo que, por estar ausente della, el Cid, la consolaba; pero siendo v. m. tan cortesano, me espanto que escribiese esa carta ahora tan á lo del tiempo antiguo; porque ya no se usan esos vocablos en Castilla sino es cuando se hazen comedias de los reyes y condes de aquellos siglos dorados. Escribola desta suerte, dixo don Quixote, porque, ya que imito á los antiguos en la fortaleça, como son al conde Fernan Gonzalez, Peranzules, Bernardo y al Cid, los quiero tambien imitar en las palabras. ¿Pues para qué, replicó don Alvaro, puso v. m. en la firma El caballero de la Triste Figura? Sancho Pança, que habia estado escuchando la carta, dixo: Yo se lo aconsejé, y á fe en toda ella no va cosa más verdaderap. que esa. Puseme El de la Triste Figura, añadió don Quixote, no por lo que este necio dize, sino porque la ausencia de mi señora Dulcinea me causaba tanta tristeza, que no me podia alegrar: de la suerte que Amadis se llamó Beltenebros, otro el caballero de los Fuegos, otro de las Imagenes, ó de la Ardiente espada. Don Alvaro le replicó: y el llamarse v. m. don Quixote, ¿á imitacion de quien fue? A imitacion de ninguno, dixo don Quixote, sino como me llamo Quijada, saqué deste nombre el de don Quixote el dia que me dieron el orden de caballeria. Pero oiga v. m., le suplico, la respuesta que aquella enemiga de mi libertad me escribe.

Sobrescrito. A Martin Quijada, el Mentecapto. «El portador desta habia de ser un hermano mio, para darle la respuesta en las costillas con un gentil garrote. ¿No sabe lo que le digo, señor Quijada? Que por el siglo de mi madre, que si otra vez me escribe de emperatriz ó reina, poniendome nombres burlescos, como es A la infanta manchega Dulcinea del Toboso y otros semejantes que me suele escribir, que tengo de hazer que se le acuerde. Mi nombre propio es Aldonza Lorenço ó Nogales, por mar y por tierra.»

Vea v. m. si habrá en el mundo caballero andante, por más discreto y sufrido que sea, que pueda sin morir tolerar semejantes razones. ¡Oh, hi de puta! dixo Sancho Pança, conmigo las habia de haber la relamida: á fe que la habia de her peer por ingeño; que aunque es moça forçuda, yo fio que si la agarro, no se me escape de entre las uñas: mi señor don Quixote es muy demasiado de blando. Si él la enviase media dozena de cozes dentro de una carta, para que se la depositasen en la barriga, á fe que no fuera tan repostona. Sepa v. m. que estas moças yo las conozco mejor que un huevo vale una blanca, si las hablan bien, dan al hombre el pescoçon y pasagonçalo que le hacen saltar las lagrimas de los ojos: sobre mí, que conmigo no se burlan, porque luego les arroxo una coz mas redonda que de mula de frayle hieronymo; y más si me pongo los çapatos nuevos: ¡mal año para la mula del Preste Juan que mejor las endilgue! Levantose riendo don Alvaro, y dixo: Por Dios que si el rey de España supiese que este entretenimiento habia en este lugar, que aunque le costase un millon, procurara tenerlo consigo en su casa. Señor don Quixote, ello hemos de madrugar por lo menos una hora antes del dia, por huir del sol; y asi, con licencia de v. m. querria tratar de acostarme. Don Quixote dixo que su merced la tenia; y asi començó á desnudarse para hazerle la cama que en el mesmo aposento estaba, y mandó á Sancho Pança que le desçalzase las botas. Llegaron en esto á quererlo hazer dos pajes del mesmo don Alvaro que habian estado oyendo la conversacion desde la puerta; pero no consintió Sancho Pança que otro que él hiziese tal ofizio, de que gustó en extremo don Alvaro, el cual le dixo, mientras don Quixote salió afuera por unas peras en conserva para darle: Tirá, hermano Sancho, bien, y tened paciencia. Si tendran, respondió Sancho; que no son bestias; y aunque no soy don, mi padre lo era. ¿Como es eso? dixo don Alvaro: ¡vuestro padre tenia don! Sí, señor, dixo Sancho; pero teniale á la postre. ¿Como á la postre? replicó don Alvaro. ¿Llamabase Francisco Don, Juan Don ó Diego Don? No, señor, dixo Sancho, sino Pedro el Remendon. Rieron mucho del dicho los pajes y don Alvaro, que prosiguió preguntandole si era aun su padre vivo; y él respondió: No, señor; que más há de diez años que murió de una de las más malas enfermedades que se puede imaginar. ¿De que enfermedad murió? replicó don Alvaro. De sabañones, respondió Sancho. ¡Santo Dios! dixo don Alvaro con grandisima risa: ¡de sabañones! El primer hombre que en los dias de mi vida oí dezir que muriese desa enfermedad fue vuestro padre, y asi no lo creo. ¿No puede cada uno, dixo Sancho, morir la muerte que le da gusto? Pues si mi padre quiso morir de sabañones, ¿que se le da á v. m.? En medio de la risa de don Alvaro y sus pajes, entró don Quixote y su ama la vieja con un plato de peras en conserva y una garrafa de buen vino blanco, y dixo: V. m., mi señor don Alvaro, podrá comer un par destas peras, y tras ellas tomar una vez de vino, que le dará mil vidas. Yo beso á v. m. las manos, respondió don Alvaro, señor don Quixote, por la merced que me haze; pero no podré servirle; porque no acostumbro comer cosa alguna sobre cena; que me daña, y tengo larga experiencia en mi de la verdad del aforismo de Avicena ó Galeno, que dize que lo crudo sobre lo indigesto engendra enfermedad. Pues por vida de la que me parió, dixo Sancho, que aunque ese Açucena ó Galena que su merced dize, me dixese más latines que tiene todo el a, b, c, asi dexase yo de comer, habiendolo á mano, como de escupir. ¡Mirá que cuerpo de San Belorge! El no comer para los castraleones, que se sustentan del aire. Pues por vida de la que adoro, dixo don Alvaro, tomando una pera con la punta del cuchillo, que os habeis de comer esta, con licencia del señor don Quixote.

¡Ah! no, por vida, señor don Tarfe, respondió Sancho; que estas cosas dulces, siendo pocas, me hazen mal; aunque es verdad que cuando son en cantidad, me hazen grandisimo provecho. Con todo, la comió, y tras esto se puso don Alvaro en la cama, y á los pajes les hizieron otra junto á ella do se acostasen, como lo hizieron. En esto dixo don Quixote á Sancho: Vamos, Sancho amigo, al aposento de arriba; que alli podremos dormir lo poco que de la noche queda; que no hay para que irte ahora á tu casa; que ya tu muger estará acostada; y tambien que tengo un poco que comunicar contigo esta noche sobre un negocio de importancia. Pardiez, señor, dixo Sancho, que estoy yo esta noche para dar buenos consejos, porque estoy redondo como una chueca; solo será la falta que me dormiré luego, porque ya los bostezos menudean mucho. Subieronse arriba tras esto ambos á acostar, y puestos en una misma cama, dixo don Quixote: Hijo Sancho, bien sabes ó has leido que la ociosidad es madre y principio de todos los vicios, y que el hombre ocioso está dispuesto para pensar cualquier mal, y pensandolo, ponerlo por obra, y que el diablo de ordinario acomete y vence facilmente á los ociosos, porque haze como el cazador, que no tira á las aves mientras que las ve andar volando, porque entonzes seria la caza incierta y dificultosa, sino que aguarda á que se asienten en algun puesto, y viendolas ociosas, les tira y las mata. Digo esto, amigo Sancho, porque veo que há algunos meses que estamos ociosos, y no cumplimos, yo con el orden de caballeria que recebi, y tú con la lealtad de escudero fiel que me prometiste.

Querria pues (para que no se diga que yo he recebido en vano el talento que Dios me dió, y sea reprehendido como aquel del Evangelio, que ató el que su amo le fió en el pañizuelo, y no quiso granjear con él) que volviesemos lo más presto que ser pudiese á nuestro militar exercicio, porque en ello haremos dos cosas: la una, servicio muy grande á Dios, y la otra, provecho al mundo, desterrando dél los descomunales jayanes y soberbios gigantes que hazen tuertos de sus fueros, y agravios á caballeros menesterosos y á donzellas afligidas; y juntamente ganaremos honra y fama para nosotros y nuestros sucesores, conservando y aumentando la de nuestros antepasados; tras que adquiriremos mil reinos y provincias en un quita allá esas pajas, con que seremos ricos, y enriquezeremos nuestra patria. Señor, dixo Sancho, no tiene que meterme en el caletre esos guerreamientos, pues ya ve lo mucho que me costaron ese otro año, con la perdida de mi Rucio, que buen siglo haya; tras que jamas me cumplió lo que mil vezes mep tenia prometido, de que nos veriamos dentro de un año, yo adelantando, ó rey por lo menos, mi muger almiranta y mis hijos infantes; ninguna de las cuales cosas veo cumplidas por mí (¿oye v. m., ó duerme?), y mi muger tan Mari-Gutierrez se es hoy como agora un año: asi que, yo no quiero perro con cencerro. Y fuera deso, si nuestro cura el licenciado Pero Perez sabe que queremos tornar á nuestras caballerias, le tiene de meter á v. m. con una cadena por unos seis ó siete meses en domus Jetro, que dizen, como la otra vez; y asi, digo que no quiero ir con v. m., y dexeme dormir por vida suya; que ya se van pegando los ojos. Mira, Sancho, dixo don Quixote, que yo no quiero que vayas como la otra vez; antes quiero comprarte un asno en que vayas como un patriarca, mucho mejor que el otro que te hurtó Ginesillo; y en fin, iremos ambos con mejor orden, y llevaremos dineros y provisiones, y una maleta con nuestra ropa; que ya he echado de ver que es muy necesario, porque no nos suceda lo que en aquellos malditos castillos encantados nos sucedió.

Aun desa manera, respondió Sancho, y pagandome cada mes mi trabajo, yo iré de muy buena gana. Oyendo su resolucion, alegre don Quixote, prosiguió diziendo: Pues Dulcinea se me ha mostrado tan inhumana y cruel, y lo que peor es, desagradecida á mis servicios, sorda á mis ruegos, incredula á mis palabras, y finalmente, contraria á mis deseos, quiero probar, á imitacion del caballero del Febo, que dexó á Claridana, y otros muchos que buscaron nuevo amor, y ver si en otra hallo mejor fe y mayor correspondencia á mis fervorosos intentos, y ver juntamente… ¿Duermes, Sancho? ¡Ah Sancho! En esto Sancho recordó, diziendo: Digo, señor, que tiene razon; que esos jayanazos son grandisimos bellacos, y es muy bien que les hagamos tuertos. ¡Por Dios, dixo don Quixote, que estás muy bien en el cuento! Estoyme yo quebrando la cabeça diziendote lo que á ti y á mí más, despues de Dios, nos importa, y tú duermes como un liron. Lo que digo, Sancho, es, ¿entiendes?… ¡Oh! reniego de la puta que me parió, dixo Sancho: dexeme dormir con Barrabas; que yo creo bien y verdaderamente cuanto me dixere y piensa dezir todos los dias de su vida. Harto trabajo tiene un hombre, dixo don Quixote, que trata cosas de peso con salvajes como este: quierole dexar dormir; que yo, mientras que no diere fin y cabo á estas honradas justas, ganando en ellas el primero, segundo y tercero dia las joyas de más importancia que hubiere, no quiep ro dormir, sino velar, traçando con la imaginacion lo que despues tengo de poner por efecto, como haze el sabio arquitecto, que antes que comienze la obra, tiene confusamente en su imaginativa todos los aposentos, patios, chapiteles y ventanas de la casa, para despues sacallos perfectamente á luz. En fin, al buen hidalgo se le pasó lo que de la noche quedaba, haziendo grandisimas quimeras en su desvanecida fantasia, ya hablando con los caballeros, ya con los jueces de las justas, pidiendoles el premio; ya, finalmente, saludando con grandisima mesura á una dama hermosisima y ricamente adereçada, á quien presentaba desde el caballo con la punta de la lança una rica joya. Con estos y otros semejantes desvanecimientos se quedó al cabo dormido.

CAPITULO III

De como el Cura y don Quixote se despidieron de aquellos caballeros, y de lo que á él le sucedió con Sancho Pança despues de ellos idos.

Una hora antes que amaneciese llegaron á la puerta de don Quixote el Cura y los alcaldes á llamar, que venian á despertar al señor don Alvaro; á cuyas vozes don Quixote llamó á Sancho Pança para que les fuese á abrir, el cual despertó con harto dolor de su coraçon. Entrados que fueron al aposento de don Alvaro, el Cura se asentó junto á su cama, y le començó á preguntar como le habia ido con su huesped; á lo cual respondió contandole brevemente lo que con él y con Sancho Pança le habia pasado aquella noche; y dixo que si no fuera el plaço de las justas tan corto, se quedara alli cuatro ó seis dias á gustar de la buena conversacion de su huesped; pero propuso de estarse alli más despacio á la vuelta. El Cura le contó todo lo que don Quixote era, y lo que con él le habia acontecido el año pasado, de lo cual quedó muy maravillado; y mudando platica, fingieron hablaban de otro, porque vieron entrar á don Quixote, con cuyos buenos dias y apacible vision se levantó don Alvaro, y mandó aprestar los caballos y demas recado para irse. Entre tanto los alcaldes y el Cura volvieron á dar de almorzar á sus huespedes, quedando concertados que todos volverian á casa de don Quixote, para partirse desde alli juntos. Idos ellos, y vestido don Alvaro, dixo aparte á don Quixote: Señor mio, v. m. me la ha de hazer de que unas armas grabadas de Milan, que traigo aqui en un baul grande, se me guardenp. 26 con cuidado en su casa hasta la vuelta; que me parece que en Çaragoça no serán menester, pues no faltarán en ella amigos que me provean de otras que sean menos sutiles, pues estas lo son tanto, que solo pueden servir para la vista, y es notable el embaraço que me causa el llevarlas. Hízolas sacar luego alli todas en diziendo esto, y eran peto, espaldar, gola, braçaletes, escarcelas y morrion; y don Quixote, cuando las vió, se le alegró la paxarilla infinitamente, y propuso luego en su entendimiento lo que habia de hazer dellas, y asi le dixo: Por cierto, mi señor don Alvaro, que esto es lo menos en que yo pienso servir á v. m., pues espero en Dios vendrá tiempo en que v. m. se holgará más de verme á su lado, que no en el Argamesilla. Y prosiguió preguntandole, mientras se volvian á poner en el baul las armas, qué divisa pensaba sacar en las justas, qué libreas, qué letras ó qué motes: á todo lo cual, por complazerle, le respondió don Alvaro, no entendiendo que le pasaba por la imaginacion el ir á Çaragoça ni hazer lo que hizo, y adelante se dirá. En esto entró Sancho muy colorado, sudandole la cara y diziendo: Bien puede, mi señor don Tarfe, sentarse á la mesa; que ya está el almuerzo á punto. A lo cual respondió don Alvaro: ¿Teneis buen apetito de almorzar, Sancho amigo? Ese, dixo él, señor mio, gloria tibi, Domine, nunca me falta, y es de manera, que (en salud sea mentado, y vaya el diablo para ruin) no me acuerdo en todos los dias de mi vida haberme levantado harto de la mesa, sino fue ahora un año, que, siendo mi tio Diego Alonso mayordomo del Rosario, me hizo á mí repartidor del pan y queso de la caridad que da la cofradia, y entonces alli hube de afloxar dos agujeros al cinto. Dios os conserve, dixo don Alvaro, esa disposicion; que solo della y de vuestra buena condicion os tengo envidia. Almorzó don Alvaro, y luego llegaron los tres caballeros con su gente y con el Cura; porque ya amanecia; y viendolos don Alvaro, se puso al momento las espuelas y subió á caballo; tras lo cual sacó don Quixote del establo á Rocinante ensillado y enfrenado para acompañarles, y dixo, teniendole por el freno, á don Alvaro: Ve aqui v. m., señor don Alvaro, uno de los mejores caballos que á duras penas se podrian hallar en todo el mundo. No hay Bucefalo, Alfana, Seyano, Babieca ni Pegaso que se le iguale. Por cierto, dixo don Alvaro, mirandole y sonriendose, que ello puede ser como v. m. dize; pero no lo muestra en el talle, porque es demasiado de alto y sobrado de largo, fuera de estar muy delgado; pero debe ser la causa del estar tan flaco el ser de su naturaleça algo asp trologo ó filosofo, ó la larga experiencia que tendrá de las cosas del mundo; que no deben haber pasado pocas por él, segun los muchos años que descubre tener encubiertos baxo la silla; pero, como quiera que sea, él es digno de alabança, por lo que muestra ser discreto y pacifico. En esto salieron todos á caballo, y el Cura y don Quixote les acompañaron casi un cuarto de legua del lugar. Iba el Cura tratando con don Alvaro de las cosas de don Quixote; el cual se maravillaba en extremo de su extraña locura. Despidieronse, forçados de los ruegos de los caballeros, y vueltos al Argamesilla, el Cura se fue á su casa, y llegando á la suya don Quixote, lo primero que hizo en apeandose, fue enviar luego á llamar con su ama á Sancho Pança, con orden de que le dixese traxese consigo, cuando viniese, aquello que le habia dicho le traeria, que era Florisbian de Candaria, libro no menos necio que impertinente. Vino luego volando Sancho; y cerrando el aposento por adentro, y quedando en él solos, sacó el libro debaxo de las haldas del sayo, y diosele; el cual le tomó en las manos con mucha alegria, diziendo: Ves aqui, Sancho, uno de los mejores y más verdaderos libros del mundo, donde hay caballeros de tan grande fama y valor, que ¡mal año para el Cid ó Bernardo del Carpio que les lleguen al çapato! Al punto le puso sobre un escritorio, y volvió de nuevo á repetir á Sancho muy por extenso todo lo que la noche pasada le habia dicho, y no habia podido entender por estar tan dormido, concluyendo la platica con dezir queria partir para Çaragoça á las justas, y que pensaba olvidar á la ingrata infanta Dulcinea del Toboso, y buscar otra dama que mejor correspondiese á sus servicios; y que de alli pensaba despues ir á la corte del rey de España para darse á conocer por sus fazañas. Y trabaré amistad, añadia el buen don Quixote, con los grandes, duques, marqueses y condes que al servicio de su real persona asisten; do veré si alguna de aquellas fermosas damas que están con la Reina, enamorada de mi tallaço, en competencia de otras, muestra algunas señales de verdadero amor, ya con apariencias exteriores de la persona y vestido, ya con papeles ó recados enviados al cuarto que sin duda el Rey me dará en su real palacio, para que desta manera, siendo invidiado de muchos caballeros de los del tuson, procuren todos por varios caminos descomponerme con el Rey; á los cuales, en sabiendolo, desafio y reto, matando la mayor parte dellos: con que vista mi gran valentia por el Rey nuestro señor, es fuerça que su magestad Catolica me alabe por uno de los mejores caballeros de Europa. Todo esto dezia él con tantop. 28 brio, levantando las cejas, con voz sonora, y puesta la mano sobre la guarnicion de la espada, que no se habia aun quitado desde que habia salido á acompañar á don Alvaro, que parecia que ya pasaba por él todo lo que iba diziendo. Quiero pues, Sancho mio, proseguia luego, que veas ahora unas armas que el sabio Alquife, mi grande amigo, esta noche me ha traido, estando yo traçando la dicha ida de Çaragoça, porque quiere que con ellas entre en las aplaçadas justas, y lleve el mejor precio que dieren los juezes, con inaudita fama y gloria de mi nombre y de los andantes caballeros antepasados, á quien imito y aun excedo. Y abriendo una arca grande, á donde las habia metido, las sacó. Cuando Sancho vió las armas nuevas y tan buenas, llenas de trofeos y grabaduras milanesas, acicaladas y limpias, pensó sin duda que eran de plata, y dixo pasmado: Por vida del fundador de la torre de Babilonia, que si ellas fueran mias, que las habia de hazer todas de reales de á ocho, destos que corren ahora, más redondos que hostias; porque solamente la plata, fuera de las imagines que tienen, vale al menorete, á quererlas echar en la calle, mas de noventa mil millones.

¡Oh hi de puta, traidoras, y cómo reluzen! Y tomando el morrion en las manos, dixo: Pues el sombrero de plata ¡es bobo! Por las barbas de Pilatos, que si tuviera cuatro dedos más de falda, se le podria poner el mesmo Rey, y aun juro que el dia de la procesion del Rosario se le habemos de poner en la cabeça al señor Cura, pues saldrá con él y con la capa de brocado por esas calles hecho un relox. Mas digame, señor, estas armas ¿quién las hizo? ¿Hizolas ese sabio Esquife, ó nacieronse asi del vientre de su madre? ¡Oh gran necio! dixo don Quixote: estas se hizieron y forjaron junto al rio Leteo, media legua de la barca de Acaronte, por las manos de Vulcano, herrero del infierno. ¡Oh, pestilencia en el herrero! dixo Sancho: ¡el diablo podrá ir á su fragua á sacar la punta de la reja del arado! Yo apostaré que, como no me conoce, me echase una grande escudilla de aquella pez y trementina que tiene ardiendo, sobre estas virginales barbas, tal, que fuera harto peor de quitar y aun de sanar que la basura que me echó en ellas Aldonza Lorenço los otros dias. Tomó en esto las armas don Quixote, diziendo: Quiero amigo Sancho, que veas como me estan: ayudamelas á poner. Y diziendo y haziendo, se puso la gola, peto y espaldar, y dixo Sancho: Par diez que aquestas planchas parecen un capote, y si no fueran tan pesadas, eran lindisimas para segar, y más con estos guantes:

— lo cual dixo tomando las manoplas en la mano. Armose don Quixote de todas piep ças, y luego habló con voz entonada á Sancho desta manera: ¿Que te parece, Sancho? ¿Estanme bien? ¿No te admiras de mi gallardia y brava postura? Esto dezia paseandose por el aposento, haziendo piernas y continentes, pisando de carcaño, y levantando más la voz y haziendola más gruesa, grave y reposada; tras lo cual le vino luego subitamente un accidente tal en la fantasia, que, metiendo con mucha presteza mano á la espada, se fue acercando con notable colera á Sancho, diziendo: Espera, dragon maldito, sierpe de Libia, basilisco infernal: verás por expiriencia el valor de don Quixote, segundo san Jorge en fortaleça; verás, digo, si de un golpe solo puedo partir, no solamente á tí, sino á los diez más fieros gigantes que la nacion gigantea jamas produjo. Sancho, que le vió venir para sí tan desaforado, començó á correr por el aposento; y metiendose detras de la cama, andaba al derredor della huyendo de la furia de su amo, el cual dezia, dando muchas cuchilladas á tuertas y derechas por el aposento, cortando muchas vezes las cortinas, mantas y almohadas de la cama: Espera, jayan soberbio; que ya ha llegado la hora en que quiere la Magestad divina que pagues las malas obras que has hecho en el mundo. Andaba en esto tras del pobre Sancho al derredor de la cama, diziendole mil palabras injuriosas, y juntamente con cada una arrojandole una estocada ó cuchillada larga; que si la cama no fuera tan ancha como era, lo pasara el pobre de Sancho harto mal; el cual le dixo: Señor don Quixote, por todas cuantas llagas tuvieron Job, el señor san Lazaro, el señor san Francisco, y lo que más es, nuestro Señor Jesucristo, y por aquellas benditas saetas que sus padres tiraron al señor san Sebastian, que tenga compasion, piedad, lastima y misericordia de mi anima pecadora. Embraveciase más con todo esto don Quixote, diziendo:

¡Oh soberbio! ¿Agora piensas con tus blandas palabras y ruegos aplacar la justa ira que contigo tengo? Vuelve, vuelve las princesas y caballeros que contra ley y razon en este tu castillo tienes; vuelve los grandes tesoros que tienes usurpados, las donzellas que tienes encantadas, y la maga encantadora, causadora de todos estos males. Señor, ¡pecador de mí! dezia Sancho Pança, que yo no soy princesa ni caballero, ni esa señora maga que dize, sino el negro de Sancho Pança, su vecino y antiguo escudero, marido de la buena Mari-Gutierrez, que ya v. m. tiene media viuda. ¡Desventurada de la madre que me parió, y de quien me metió aqui! Sacame aqui luego, añadia con más colera don Quixote, sana y salva y sin lision ni detrimento alguno la emperatriz que digo; que desp 0pues quedará tu vil y superba persona á mi merced, dandoteme primero por vencido. Si haré con todos los diablos, dixo Sancho: abrame la puerta, y meta la espada en la vaina primero; que yo le traeré luego, no solamente todas las princesas que hay en el mundo, sino al mesmo Anas y Caifas, cada y cuando su merced los quiera. Envainó don Quixote con mucha pausa y gravedad, quedando molido y sudado de dar cuchilladas en la pobre cama, cuyas mantas y almohadas dexó hechas una criba y lo mesmo hiziera del pobre Sancho si pudiera alcançarle; el cual salió de detras de la cama descolorido, ronco y lleno de lagrimas de miedo, y hincandose de rodillas delante de don Quixote, le dixo: Yo me doy por vencido, señor caballero andante: su merced mande perdonarme; que yo seré bueno todo lo restante de mi vida. Don Quixote le respondió con un verso latino que él sabia y repetia muchas vezes, diziendo: Parcere prostratis docuit nobis ira leonis; y tras él le dixo: Soberbio jayan, aunque tu arrogancia no merecia clemencia alguna, á imitacion de aquellos caballeros y principes antiguos, á quien imito y pienso imitar, te perdono, con presupuesto que del todo dexes las malas obras pasadas, y seas de aqui adelante amparo de pobres y menesterosos, desfaziendo los tuertos y agravios que en el mundo con tanta sinrazon se hazen. Yo lo juro y prometo, dixo Sancho, de her todo eso que me dize; pero digame, en lo de hashazer esos tuertos, ¿ha de entrar tambien el licenciado Pedro Garcia, beneficiado del Toboso, que es tuerto de un ojo? Porque no me quisiera meter en cosas de nuestra santa madre la Iglesia. Levantó entonzes don Quixote á Sancho, diziendo: ¿Que te parece, amigo Sancho? Quien haze esto en un aposento cerrado con un hombre solo como tú, mejor lo hiziera en una campaña con un exercito de hombres, por bravos que fuesen. Lo que me parece, dixo Sancho, que si estas experiencias quiere her muchas vezes conmigo, que me echaré con la carga.

Don Quixote le respondió: ¿No ves, Sancho, que era fingido, no más de por darte á entender mi grande esfuerço en el combatir, destreza en el derribar y maña en el acometer? ¡Mal haya el puto de mi linage! replicó Sancho: pues ¿por que me arrojaba aquellas descomunales cuchilladas, que si no fuera porque cuando tiró una me encomendé al glorioso san Anton, me llevara medias narizes, pues el aire de la espada me pasó zorriando por las orejas? Esos ensayamientos quisiera que v. m. hubiera hecho cuando aquellos pastores de marras, de aquellos dos exercitos de ovejas, le tiraron con las hondas aquellas lagrimas de Moisen, con que le derribaron la mitad de las muelas, y no conmigo; pero por ser la primera vez, pase, y mire lo que haze de aqui adelante; y perdone, que me voy á comer. Eso no, Sancho, dixo don Quixote: desarmame, y quedate á comer conmigo, para que despues de comer tratemos de nuestra partida. Acetó facilmente el convite Sancho, y despues de comer le mandó que de casa de un çapatero le truxese dos ó tres badanas grandes para hazer una fina adarga, la cual él hizo con ciertos papelones y engrudo, tan grande como una rueda de hilar cañamo. Vendió tambien dos tierras y una harto buena viña, y lo hizo todo dineros para la jornada que pensaba hazer. Hizo tambien un buen lançón con un hierro ancho como la mano y compró un jumento á Sancho Pança, en el cual llevara una maleta pequeña con algunas camisas suyas y de Sancho, y el dinero, que seria más de trecientos ducados: de suerte que Sancho con su jumento, y don Quixote con Rocinante, segun dize la nueva y fiel historia, hizieron su tercera y más famosa salida del Argamesilla por el fin de agosto del año que Dios sabe, sin que el Cura ni el Barbero ni otra persona alguna los echase menos hasta el dia siguiente de su salida.

CAPITULO IV

Como don Quixote de la Mancha y Sancho Pança su escudero salieron tercera vez del Argamesilla, de noche; y de lo que en el camino desta tercera y famosa salida les sucedió.

Tres horas antes que el rojo Apolo esparziese sus rayos sobre la tierra, salieron de su lugar el buen hidalgo don Quixote y Sancho Pança: el uno sobre su caballo Rocinante, armado de todas pieças y el morrion puesto en la cabeça con gentil talante y postura, y Sancho con su jumento enalbardado, con unas muy buenas alforjas encima y una maleta pequeña, en que llevaban la ropa blanca. Salidos del lugar, dixo don Quixote á Sancho: Ya ves, Sancho mio, como en nuestra salida todo se nos muestra favorable, pues, como ves, la luna resplandece y está clara, no hemos topado en lo que hasta aqui habemos andado, cosa de que podamos tomar mal agüero, tras que nadie nos ha sentido al salir: en fin, hasta ahora todo nos viene á pedir de boca. Es verdad, dixo Sancho: pero temo que en echandonos menos en el lugar, han de salir en nuestra busca el Cura y elp. Barbero con otra gente, y topandonos, á pesar nuestro nos han de volver á nuestras casas, agarrados por los cabeçones ó metidos en una jaula, como el año pasado; y si tal fuese, par diez que seria peor la caida que la recaida.

¡Oh barbero cobarde! dixo don Quixote: juro por el orden de caballeria que recebi, que solo por eso que has dicho, y porque entiendas que no puede caber temor alguno en mi coraçon, estoy por volver al lugar y desafiar á singular batalla, no solamente al Cura, sino á cuantos curas, vicarios, sacristanes, canonigos, arcedianos, deanes, chantres, racioneros y beneficiados tiene toda la Iglesia romana, griega y latina, y á todos cuantos barberos, medicos, cirujanos y albeitares militan debaxo de la bandera de Esculapio, Galeno, Hipocrates y Avicena. ¿Es posible, Sancho, que en tan poca opinion estoy acerca de tí, y que nunca has echado de ver el valor de mi persona, las invencibles fuerças de mi braço, la inaudita ligereza de mis pies y el vigor intrinseco de mi animo? Osariate apostar (y esto es sin duda) que si me abriesen por medio y sacasen el coraçón, que le hallarian como aquel de Alexandro Magno, de quien se dize que le tenia lleno de vello, señal evidentisima de su gran virtud y fortaleça: por tanto, Sancho, de aqui adelante no pienses asombrarme, aunque me pongas delante más tigres que produce la Hircania, más leones que sustenta la Africa, más sierpes que habitan la Libia, y más exercitos que tuvo Cesar, Anibal ó Xerxes; y quedemos en esto por ahora; que la verdad de todo verás en aquellas famosas justas de Çaragoça, donde ahora vamos. Alli verás por vista de ojos lo que te digo; pero es menester, Sancho, para esto, en esta adarga que llevo (mejor que aquella de Fez que pedia el bravo moro granadino cuando á vozes mandaba que le ensillasen el potro rucio del alcalde de los Velez), poner alguna letra ó divisa que denote la pasion que lleva en el coraçon el caballero que la trae en su braço; y asi quiero que en el primer lugar que llegaremos, un pintor me pinte en ella dos hermosisimas donzellas que esten enamoradas de mi brio, y el dios Cupido encima, que me esté asestando una flecha, la cual yo reciba en el adarga, riendo dél y teniendolas en poco á ellas, con una letra que diga al derredor de la adarga, El Caballero Desamorado, poniendo encima esta, curiosa aunque agena, de suerte que esté entre mi, entre Cupido y las damas:

Sus flechas saca Cupido De las venas del Pirú, A los hombres dando el Cu, Y á las damas dando el pido.

¿Y que habemos de her, dixo Sancho, nosotros con esa Cu? ¿Es alguna joya de las que habemos de traer de las justas? No, replicó don Quixote; que aquel Cu es un plumaje de dos relevadas plumas, que suelen ponerse, algunos sobre la cabeça á vezes de oro, á vezes de plata, y á vezes de la madera que haze diafano encerado á las linternas, llegando unos con dichas plumas hasta el signo Aries, otros al de Capricornio, y otros se fortifican en el castillo de San Cervantes. Par diez, dixo Sancho, que ya que yo me hubiese de poner esas plumas, me las habia de poner de oro ó de plata. No te convienen á ti, dixo don Quixote, esos dijes; que tienes la muger buena cristiana y fea. No importa eso, dixo Sancho; que de noche todos los gatos son pardos, y á falta de colcha no es mala manta. Dexemos eso, replicó don Quixote; porque delante de nosotros tenemos ya uno de los mejores castillos que á duras penas se podran hallar en todos los paises altos y baxos, y estados de Milan y Lombardia. Esto dixo por una venta que un cuarto de legua lejos se divisaba. Respondió Sancho: En buena fe que me huelgo, porque aquello que v. m. llama castillo es una venta, para la cual, pues ya el sol se va poniendo, será bueno que enderecemos el camino para pasar en ella la noche muy á nuestro placer; que mañana proseguiremos nuestro viage. Porfiaba don Quixote en que era castillo, y Sancho en que era venta: Acertaron en esto á pasar dos caminantes á pie, los cuales, maravillados de ver la figura de don Quixote, armado de todas pieças, y con morrion, haziendo el calor que hazia, que no era poco, se detuvieron mirandole, á los cuales se llegó don Quixote diziendo: Valerosos caballeros, á quien algun soberbio jayan, contra todo orden de caballeria, haziendo batalla con vosotros, ha quitado los caballos y alguna fermosa donzella que en vuestra compañia traiades, hija de algun principe ó señor destos reinos, la cual habia de ser casada con un hijo de un conde, que aunque moço, es valeroso caballero por su persona: fablad, y dezidme punto por punto vuestra cuita; que aqui está en vuestra presencia el Caballero Desamorado, si nunca le oisteis nombrar (que si habreis, pues tan conocido es por sus fazañas), el cual os jura por las ingratitudes de la infanta Dulcinea del Toboso, causa total de mi desamor, de vos fazer tan bien vengados y tan á vuestro sabor, que digais que en buen dia la fortuna os ha ofrecido en este camino quien vos desfaga el tuerto que se os ha fecho. Los dos caminantes no supieron que le responder sino, mirandose el uno al otro le dixeron: Señor caballero, nosotros con ningun soberbio jayan hemos peleado, ni tenemosp caballos ni donzellas que se nos hayan quitado; pero si su merced habla de una batalla que habemos tenido alli debaxo de aquellos arboles con cierto numero de gentes que nos daba harto fastidio en el cuello del jubon y pliegues de los calzones, ya hemos habido cumplida vitoria de semejante gente; y si no es que alguno se nos haya escapado por entre los bosques de los remiendos, todos los demas han sido muertos por el conde de Uñate. Antes que respondiese don Quixote, salió Sancho diziendo: Dígannos, señores caminantes; aquella casa que alli se ve, ¿es venta ó castillo? Replicó don Quixote: Majadero, insensato, ¿no ves desde aqui los altos chapiteles, la famosa puente levadiza, y los dos muy fieros grifos que defienden su entrada á aquellos que contra la voluntad del castellano pretenden entrar dentro? Los caminantes dixeron: Si v. m. es servido, señor caballero armado, aquella es la venta que llaman del Ahorcado desde que junto á ella ahorcaron ahora un año al ventero, porque mató á un huesped y le robó lo que tenia. Ahora pues andad en hora mala, dixo don Quixote; que ello será lo que yo digo á pesar de todo el mundo. Los caminantes se fueron muy maravillados de la locura del caballero; y don Quixote, ya que llegaban á tiro de arcabuz de la venta, dixo á Sancho: Conviene mucho, Sancho, para que en todo cumplamos con el orden de caballeria, y vayamos por el camino que la verdadera milicia enseña, que tú vayas delante, y te llegues á aquel castillo como si fueses verdadera espia, y adviertas en él con mucho cuidado la anchura, altura y profundidad del foso, la disposicion de las puertas y puentes levadizas, los torreones, plataformas, estradas encubiertas, diques, contradiques, trincheas, rastrillos, garitas, plaças y cuerpos de guardia que hay en él; la artilleria que tienen los de dentro; qué bastimentos y para cuantos años; que municiones; si tiene agua en las cisternas; y finalmente, cuantos y que tales son los que tan gran fortaleça defienden.

¡Cuerpo de quien me parió! dixo Sancho: esto es lo que me agota la paciencia en estas aventuras ó desventuras que andamos buscando por nuestros pecados. Tenemos la venta aqui al ojo, donde podemos entrar sin embarazo ninguno y cenar con nuestros dineros muy á nuestro placer, sin tener batalla ni pendencia con nadie; y quiere v. m. que yo vaya á reconocer puentes y fosos y extrañas cubiertas, ó como diablos llama esa letania que ha nombrado, adonde salga el ventero, viendome andar alrededor de la casa midiendo las paredes, con algun garrote, y me muela las costillas, pensando que le voy á hurtar por los trascorrales las gallinas ó otra cosa Vamos, por vida suya; que yo salgo por fiador á todo aquello que nos puede suceder, si no es que nosotros mismos nos tomemos las pendencias con las manos. Bien parece, Sancho, dixo don Quixote, que no sabes lo que á la buena espia toca de hazer: pues porque lo sepas, entiende que lo primero ha de ser fiel; que si es espia doble, dando aviso á una parte y á otra de lo que pasa, es muy perjudicial al exercito y digna de cualquier castigo. Lo segundo, ha de ser deligente, avisando con presteza de todo lo que ha oido y visto en los contrarios, pues por venir tarde el aviso se suele á vezes perder todo un campo. Lo tercero, ha de ser secreta, de tal manera, que á persona nacida, aunque sea grande amigo ó camarada, no ha de dezir el secreto que trae en su pecho, sino es al propio general en persona. Por tanto, Sancho, vé al momento y haz lo que te digo, sin replica alguna; que bien sabes y has leido que una de las cosas por donde los españoles son la nacion más temida y estimada en el mundo, fuera de su valor y fortaleça, es por la prompta obediencia que tienen á sus superiores en la milicia: esta los haze victoriosos casi en todas las ocasiones; esta desmaya al enemigo; esta da animo á los cobardes y temerosos; y finalmente, por esta los reyes de España han alcançado el venir á ser señores de todo el orbe; porque, siendo obedientes los inferiores á los superiores, con buen orden y concierto se hazen firmes y estables, y dificultosamente son rompidos y desbaratados, como vemos lo son con facilidad muchas naciones, por faltarles esta obediencia, que es la llave de todo suceso prospero en la guerra y en la paz. Ahora bien, dixo Sancho, no quiero más replicar, pues nunca acabariamos. V. m. se venga tras mí poco á poco; que yo voy con mi jumento á her lo que me manda; y si no hay nada de lo que v. m. me dize, podremos quedar allá; porque á fe que me zorrian ya las tripas de pura hambre. Dios te dé ventura en lides, dixo don Quixote, para que en esta empresa que ahora vas salgas con mucha honra, y alcances por los maeses de campo ó generales de algun exercito, alguna ventaja honrosa para todos los dias de tu vida; y mi bendicion y la de Dios te alcance; y mira que no te olvides de lo que te he dicho, de hazer la buena espia. Començó Sancho á arrear su asno de tal manera, que llegó brevemente á la venta; y como vió que no habia fosos, puentes ni chapiteles, como su amo dezia, riose mucho entre sí, diziendo: Sin duda que todos los torreones y fosos que mi amo dezia que habia en esta venta, los debe él tener metidos en la cabeça; porque yo no veo aqui sino solo una casa con un corralazo, y es sin dudap. 36 venta como yo dixe. Acercose á la puerta della y preguntó al ventero si habia posada. Dixole que sí, con que baxó luego de su asno, y dió al ventero la maleta para que le diese cuenta della cuando se la pidiese, tras lo cual le preguntó si habia qué cenar; y respondiole el ventero que habia una muy buena olla de vaca, carnero y tocino, con muy lindas berças, y un conejo asado, dió dos saltos de contento en oir nombrar aquella devota olla el buen Sancho. Pidió al punto cebada y paja para su jumento, y llevole con esta provision á la caballeriza, y mientras estaba ocupado en ella en darsela, llegó don Quixote cerca de la venta sobre su rocin, con la figura ya dicha. El ventero y otros cuatro ó cinco que estaban con él á la puerta, se maravillaron infinito de ver semejante estantigua, y esperaron á ver lo que haria ó diria. Llegó él, sin hablar palabra, á dos picas de la puerta, y mirando de medio lado y con grave continente á la gente que en ella estaba, pasó sin hablar palabra, y dió una vuelta alrededor de toda la venta, mirandola por arriba y por abaxo, y á vezes midiendo con el lançon la tierra desde la pared por defuera; y habiendo dado la vuelta, se puso otra vez delante la puerta, y con una voz arrogante, puesto de pies sobre los estribos, començó á dezir: Castellano desta fortaleça, y vosotros, caballeros, que para defenderla con todos los soldados que dentro están, atalayais, puestos en perpetua centinela dias y noches, invierno y verano, con intolerables frios y fastidiosos calores, los enemigos que os vienen á dar asaltos y hazer salir en campaña á probar ventura, dadme luego aqui sin replica alguna un escudero mio que, como falsos y alevosos, contra todo orden de caballeria habeis prendido, sin hazer batalla primero con él; que yo sé por experiencia que él es tal por su persona, que á hazerlo, no tenia para empezar en diez de vosotros; y pues estoy certificado de que le prendisteis como alevosos, con la fuerça del encantamiento de la vieja maga que dentro teneis, ó por traicion, demasiado comedimiento os hago en pediroslo con el termino que os le pido. Volvedmele, digo otra vez, al punto, si quereis quedar con las vidas y excusar de que no os pase á todos con los filos de mi espada, y deshaga este castillo sin dexar en él piedra sobre piedra. Ea, entregadmelo luego, dezia levantando la voz con más colera, aqui, sano, salvo y sin lesion alguna, juntamente con todos los caballeros, donzellas y escuderos que en vuestras escuras mazmorras con crueldad inhumana teneis presos; y si no, salid todos preciados caballeros, puestas vuestras coraças fuertes y vuestras blandeadoras lanças de recio fresno; que á todos os esperap. 37 aqui. Y con esto tiraba á cada paso á Rocinante de las riendas hazia atras, porque se fatigaba mucho por entrar en la venta; que tambien tenia picado el molino como Sancho Pança. El ventero y los demas, maravillados de las razones de don Quixote, y, viendo que, la lança baxa, les desafiaba á batalla, llamándoles gallinas y cobardes, haziendo piernas en su caballo, llegaronse á él, y dixole el ventero: Señor caballero, aqui no hay castillo ni fortaleça; y si alguna hay es la del vino, que es tan bravo y fuerte, que basta no solamente para derribar sino para hazer dezir mucho más de lo que v. m. nos ha dicho, y asi dezimos y respondemos todos en mí, y yo por todos, que aqui no ha venido escudero alguno de v. m.: si quiere posada, entre; que le daremos buena cena y mejor cama, y aun, si fuere menester, no le faltará una moça gallega que le quite los çapatos; que aunque tiene las tetas grandes, es ya cerrada de años; y como v. m. no cierre la bolsa, no haya miedo que cierre los braços ni dexe de recebirle en ellos. Por el orden de caballeria que profeso, replicó don Quixote, que si, como digo, no me dais el escudero y aquesa princesa gallega que dezis, que habeis de morir la más abatida muerte que venteros andantes hayan muerto en el mundo. Al ruido salió Sancho diziendo: Señor don Quixote, bien puede entrar; que al punto que yo llegué se dieron todos por vencidos: baxe, baxe; que todos son amigos, y habemos hechado pelillos á la mar, y nos están aguardando con una muy gentil olla de vaca, tocino, carnero, nabos y berças, que está diziendo: comeme, comeme. Como don Quixote vió á Sancho tan alegre, le dixo: Dime por Dios, Sancho amigo, si esta gente te ha hecho algun tuerto ó desaguisado; que aqui estoy, como ves, á punto de pelear. Señor, dixo Sancho, ninguno desta casa me ha hecho tuerto; que, como v. m. ve, los dos ojos me tengo sanos y buenos, que saqué del vientre de mi madre; ni tampoco me han hecho desaguisado; antes tienen guisada una olla y un conejo, tal, que el mismo Juan de Espera en Dios la puede comer. Pues toma, Sancho, dixo don Quixote, esta adarga, y tenme del estribo mientras me apeo; que me parece esta gente de buena condicion, aunque pagana. ¡Y como si es pagana! respondió Sancho, pues en pagando tres reales y medio, seremos señores disolutos de aquella grasisima olla. Baxó en esto del caballo, y Sancho le llevó á la caballeriza con su jumento. El ventero dixo á Don Quixote que se desarmase; que en parte segura estaba, donde, pagando la cena y cama, no habria pendencia alguna; pero el no lo quiso hazer, diziendo que entre gente pagana no era menester fiarse de todos. Llegó en estop. Sancho, y pudo acabar con él á puros ruegos se quitase el morrion: tras lo cual le puso delante una mesa pequeña con sus manteles, y dixo al ventero que truxese luego la olla y el conejo asado, lo cual fue traido en un punto; de todo lo cual cenó harto poco don Quixote, pues lo más de la cena se le fue en hazer discursos y visages; pero Sancho sacó de vergüença á su amo, pues á dos carrillos se comió todo lo que quedaba de la olla y conejo, con la ayuda de un gentil azumbre de lo de Yepes, de suerte que se puso hecho una trompa. Alçada la mesa, llevó el ventero á don Quixote y á Sancho á un razonable aposento para acostarse; y despues que Sancho le hubo desarmado, se fue á echar el segundo pienso á Rocinante y á su jumento, y á llevarles á la agua. Mientras pues que Sancho andaba en estos bestiales exercicios, llegó una moça gallega, que por ser muy cortes era facil en el prometer y mucho más en el cumplir, y dixo á don Quixote: Buenas noches tenga v. m., señor caballero: ¿manda algo en su servicio? que aunque negras, no tiznamos: ¿gusta v. m. le quite las botas, ó le limpie los çapatos, ó que me quede aqui esta noche por si algo se le ofreciere? que por el siglo de mi madre, que me parece haberle visto aqui otra vez, y aunque en su cara y figura me parece á otro que yo quise harto; pero agua pasada no muele molino: dexome y dexele libre como el cuclillo: no soy yo muger de todos, como otras disolutas. Donzella, pero recogida; muger de bien, y criada de un ventero honrado, y engañome un traidor de un capitan que me sacó de mi casa, dandome palabra de casamiento: fuese á Italia, y dexome perdida, como v. m. ve: llevome todas mis ropas y joyas que de casa de mi padre habia sacado. Començó la moça á llorar tras esto, y dezir: ¡Ay de mí! ¡Ay de mí, huerfana y sola, y sin remedio alguno sino del cielo! ¡Ay de mí! ¡Y si Dios deparase quien, á aquel bellaco diese de puñaladas, vengandome de tantos agravios como me ha hecho! Don Quixote, que oyó llorar aquella moça, como era compasivo de suyo, le dixo: Cierto, fermosa donzella, que vuestras dolorosas cuitas de tal manera han ferido mi coraçon, que, con ser para las lides de acero, vos me le habedes tornado de cera; y asi, por el orden de caballeria que juro y prometo, como verdadero caballero andante cuyo ofizio es desfazer semejantes tuertos, de no comer pan en manteles, nin con la Reina folgare, nin peinarme barba ó cabello, nin cortarme las uñas de los pies ni de las manos, y aun de non entrar en poblado, pasadas las justas donde agora voy á Çaragoça, fasta fazeros bien vengada de aquese desleal caballero ó capitan tan á vuestro sabor, quep digais que Dios vos ha topado con un verdadero desfazedor de agravios. Dadme, donzella mia, esa mano; que yo vos la doy de caballero de cumplir cuanto digo; y mañana en ese dia subid sobre vuestro preciado palafren, puesto vuestro velo delante de vuestros ojos, sola ó con vuestro enano que yo vos seguiré, y aun podria ser, en las justas reales donde agora voy defender con los filos de mi espada contra todo el mundo vuestra fermosura, y despues fazeros reina de algun estraño reino ó isla, adonde seais casada con algun principe poderoso: por tanto, idos agora á acostar, y reposad en vuestro blando lecho, y fiad de mi palabra, que no puede faltar. La disoluta moçuela, que se vió despedir de aquella manera, contra la esperança que ella tenia de dormir con don Quixote y que le daria tres ó cuatro reales, se puso muy triste con tan resoluta respuesta tras tan prolixa arenga, y asi le dixo: Yo por agora, señor, no puedo salir de mi casa por cierto inconveniente: lo que á v. m. suplico, si alguna me piensa hazer, es se sirva de prestarme hasta mañana dos reales, que los he mucho menester; porque fregando ayer quebré dos platos de Talavera, y si no los pago, me dará mi amo dos dozenas de palos muy bien dados. Quien á vos os tocare, dixo don Quixote, me tocará á mí en las niñas de los ojos, y yo solo seré bastante para desafiar á singular batalla, no solamente á ese vuestro amo que dezis, sino á cuantos amos hoy gobiernan castillos y fortaleças. Andad y acostadvos sin temor; que aqui está mi braço, que faltarvos non puede. Asi lo tengo yo creido, dixo la moça; y mire si me haze merced de esos dos reales agora, que aqui estoy para lo que v. m. mandare.

Don Quixote no entendia la musica de la gallega, y asi le dixo: Señora infanta, no digo yo los dos reales que me pedis, sino docientos ducados os quiero dar luego á la hora. La moça, que sabia que quien mucho abraça poco aprieta, y que más vale pajaro en mano que buitre volando, se llegó á él para abraçarle, por ver si por alli le podia sacar los dos reales que le habia pedido; pero don Quixote se levantó diziendo: Muy pocos caballeros andantes he visto ni leido que, puestos en semejantes trances cual este en que yo me veo, hayan caido en deshonestidad alguna; y asi, ni yo tampoco, imitandoles á estos, pienso caer en ella. Començó tras esto á llamar á Sancho, diziendo: Sancho, Sancho, sube y traeme esa maleta. Subió Sancho (que habia estado hasta entonzes ocupado en una grande platica con el ventero y los huespedes, alabandoles la singular fortaleça de su señor, echando de la gloriosa, como estaba tan relleno con la olla podrida que habia cenado), subiendop juntamente la maleta, y dixole don Quixote: Sancho, abre esa maleta, y dale á esta señora infanta á buena cuenta docientos ducados desos que ahi traemos; que en haziendola vengada de cierto agravio que contra su voluntad le han fecho, ella te dará, no solamente eso, pero muchas y muy ricas joyas que un descortes caballero á pesar suyo la ha robado. Sancho, que oyó el mandato, le respondió colerico: ¡Como docientos ducados! Por los huesos de mis padres, y aun de mis agüelos, los puedo yo dar como dar una testarada en el cielo. Mirese la muy zurrada, hija de otra: ¿no es ella la que denantes me dixo en la caballeriza que si queria dormir con ella, que como le diese ocho cuartos, estaba alli para herme toda merced? Pues á fe que si la agarro por los cabellos, que ha de saltar de un brinco las escaleras. Como la pobre gallega vió tan enojado á Sancho, le dixo: Hermano, vuestro señor ha mandado que me deis dos reales; que ni pido ni quiero los docientos ducados; que bien veo que este señor lo dize por hazer burla de mí. Estaba en esto don Quixote maravillado de ver lo que Sancho dezia, y asi le dixo: Haz, Sancho, luego lo que te digo: dale luego los docientos ducados, y si más te pidiere, dale más; que mañana iremos con ella hasta su tierra, donde seremos cumplidamente pagados. Ahora sus, dixo Sancho, baxe acá abaxo, señora: ¡asi señora seais de la mala perra que os parió! Y agarrando la maleta, baxó la moça delante dél, y diole cuatro cuartos, diziendo: Por las armas del gigante Golias, que si dezis á mi amo que no os he dado los docientos ducados, que os tengo de hazer más tajadas que hay puntos en la albarda de mi asno. Señor, dixo la gallega, deme esos cuatro cuartos; que con ellos quedo contentisima. Sancho se les dió diziendo: Y bien pagada queda la muy zurrada de lo que no ha trabajado. Y el ventero en esto llamó á Sancho para que se acostase en una cama que de dos jalmas le habia hecho, y Sancho lo hizo, echando su maleta por cabecera, con que durmió aquella noche muy de repapo.

CAPITULO V

De la repentina pendencia que á nuestro don Quixote se le ofreció con el huesped al salir de la venta.

Llegada la mañana, Sancho echó de comer á Rocinante y á su jumento, y hizo poner á asar un razonable pedazo de carnero, si no es que fuese de su madre (que de la virtud del ventero todo se podia presumir), y tras esto se fue á despertar á don Quixote, el cual en toda la noche no habia podido pegar los ojos, sino al amanecer un poco, desvelado con las traças de sus negras justas, que le sacaban de juizio; y más aquella noche, que habia imaginado defender la hermosura de la gallega contra todos los caballeros extrangeros y naturales, y llevarla al reino ó provincia de donde imaginaba que era reina ó señora. Despertó don Quixote despavorido á las vozes que dió Sancho, diziendo: Date por vencido, ¡oh valiente caballero! y confiesa la hermosura de la princesa gallega, la cual es tan grande, que ni Policena, Porcia, Albana ni Dido fueran dignas, si vivieran, de descalçarle su muy justo y pequeño çapato. Señor, dixo Sancho, la gallega está muy contenta y bien pagada; que ya yo le he dado los docientos ducados que v. m. me mandó; y dize que besa á v. m. las manos, y que la mande; que alli está pintipintada para helle toda merced. Pues dile, Sancho, dixo don Quixote, que apareje su preciado palafren mientras yo me visto y armo, para que partamos. Baxó Sancho, y lo que primero hizo fue ir á ver si estaba adereçado el almuerzo. Ensilló á Rocinante y enalbardó á su jumento, poniendo á punto el adarga y lançon de don Quixote, el cual baxó muy de espacio con sus armas en la mano, y dixo á Sancho que le armase, porque queria partir luego. Sancho le dixo que almorzase; que despues se podria armar; lo cual él no quiso hazer en ninguna manera, ni quiso tampoco sentarse á la mesa, porque dixo que no podia comer en manteles hasta acabar cierta aventura que habia prometido; y asi comió en pie cuatro bocados de pan y un poco de carnero asado, y luego subió en su caballo con gentil continente, y dixo al ventero y á los demas huespedes que alli estaban: Castellano y caballeros, mirad si de presente se os ofrece alguna cosa en que yo os sea de provecho; que aqui estoy pronto y aparejado para serviros. El ventero respondió: Señor caballero, aqui no habemos menester cosa alguna, salvo que v. m. ó este labrador que consigo trae me paguen la cena, cama, paja y cebada, y vayanse trasp. 42 esto muy en hora buena. Amigo, dixo don Quixote, yo no he visto en libro alguno que haya leido, que cuando algun castellano ó señor de fortaleça merece por su buena dicha hospedar en su casa á algun caballero andante, le pida dinero por la posada; pero pues vos, dexando el honroso nombre de castellano, os hazeis ventero, yo soy contento que os paguen: mirad cuanto es lo que os debemos. Dixo el ventero que se le debian catorze reales y cuatro cuartos. De vos hiziera yo esos por la desvergüença de la cuenta, replicó don Quixote, si me estuviera bien; pero no quiero emplear tan mal mi valor: — y volviendose á Sancho, le mandó se los pagase. A la que volvió la cabeça para dezirselo, vió junto al ventero á la moça gallega, que estaba con la escoba en la mano para barrer el patio, y dixola con mucha cortesia: Soberana señora, yo estoy dispuesto para cumplir todo aquello que la noche pasada vos he prometido, y sereis sin duda alguna muy presto colocada en vuestro precioso reino; que no es justo que una infanta como vos ande asi desa suerte, y tan mal vestida como estais, y barriendo las ventas de gente tan infame como esta es: por tanto, subid luego en vuestro vistoso palafren; y si acaso, por la vuelta que ha dado la enemiga fortuna, no le teneis, subid en este jumento de Sancho Pança, mi fiel escudero: venios conmigo á la ciudad de Çaragoça; que alli, despues de las justas, defenderé contra todo el mundo vuestra extremada fermosura, poniendo una rica tienda en medio de la plaça, y junto á ella un cartel, junto al cartel un pequeño aunque bien rico tablado con un precioso sitial, adonde vos esteis vestida de riquisimas vestiduras, mientras yo pelearé contra muchos caballeros, que por ganar las voluntades de sus amantes damas vendran alli con infinitas cifras y motes, que declararán bien la pasion que traerán en sus fogosos coraçones y el deseo de vencerme; aunque les será dificultosa empresa (por no dezir imposible) emprender ganar la prez y honra que yo les ganaré con facilidad, amparado de vuestra beldad; y asi digo, señora, que dexando todas las cosas, os vengais luego conmigo. El ventero y los demas huespedes, que semejantes razones oyeron á don Quixote, le tuvieron totalmente por loco, y se rieron de oir llamar á su gallega, princesa y infanta: con todo, el ventero se volvió á su moça colerico, diziendola: Yo os voto á tal, doña puta desvergonçada, que os tengo de hazer que se os acuerde el concierto que con este loco habeis hecho; que ya yo os entiendo. ¿Asi me agradeceis el haberos sacado de la puteria de Alcala y haberos traido aqui á mi casa, donde estais honrada, y haberos comprado esa sayuela, que mep costó diez y seis reales, y los çapatos tres y medio, tras que estaba de hoy para mañana para compraros una camisa, viendo no teneis andrajo della? Pero no me la haga yo en bacin de barbero si no me lo pagaredes todo junto; y despues os tengo de enviar como vos mereceis, con un espigon (como dizen) en el rabo, á ver si hallareis que nadie os haga el bien que yo en esta venta os he hecho: andad ahora en hora mala, bellaca, á fregar los platos; que despues nos veremos. Y diziendo esto, alçó la mano y diola una bofetada, con tres ó cuatro cozes en las costillas, de suerte que la hizo ir tropeçando y medio cayendo. ¡Oh santo Dios, y quien pudiera en esta hora notar la inflamada ira y encendida colera que en el coraçon de nuestro caballero entró! No hay aspid pisado, con mayor rabia que la con que él puso mano á su espada, levantandose bien sobre los estribos, de los cuales, con voz soberbia y arrogante dixo: ¡Oh sandio y vil caballero! ¡asi has ferido en el rostro á una de las más fermosas fembras que á duras penas en todo el mundo se podrá fallar! Pero no querrá el cielo que tan grande follonia y sandez quede sin castigo. Arrojó en esto una terrible cuchillada al ventero, y diole con toda su fuerça sobre la cabeça, de suerte que á no torcer un poco la mano don Quixote, lo pasara sin duda mal; pero con todo eso le descalabró muy bien. Alborotaronse todos los de la venta, y cada uno tomó las armas que más cerca de sí halló. El ventero entró en la cocina y sacó un asador de tres ganchos bien grande, y su muger un medio chuzo de viñadero. Don Quixote volvió las riendas á Rocinante, diziendo á grandes vozes: ¡Guerra, guerra! La venta estaba en una cuestecilla, y luego á tiro de piedra habia un prado bien grande, en medio del cual se puso don Quixote haziendo gambetas con su caballo, la espada desnuda en la mano, porque Sancho tenia la adarga y lançon; al cual, luego que vió todo el caldo revuelto, se le representó que habia de ser segunda vez manteado, y asi peleaba cuanto podia por sosegar la gente y aplacar aquella pendencia; pero el ventero, como se sintió descalabrado, estaba hecho un leon, y pedia muy aprisa su escopeta, y sin duda fuera y matara con ella á don Quixote, si el cielo no le tuviera guardado para mayores trances.

Estorbolo la muger y los huespedes con Sancho, diziendo que aquel hombre era falto de juizio; y pues la herida era poca, que le dexase ir con todos los diablos. Con esto se sosegó, y Sancho, excusandose que no tenia culpa de lo sucedido, se despidió dellos muy cortesmente, y se fue para su amo, llevando al jumento del cabestro, y la adarga y lançon. Llep. 44gando á don Quixote, le dixo: ¿Es posible, señor, que por una moça de soldada, peor que la de Pilatos, Anas y Caifas, que está hecha una picara, quiera v. m. que nos veamos en tanta revuelta, que casi nos costara el pellejo, pues queria venir el ventero con su escopeta á tirarle? Y á hacerlo, sobre mí, que no le defendieran sus armas de plata, aunque estuvieran aforradas en terciopelo. ¡Oh Sancho! dixo don Quixote, ¿cuanta gente es la que viene? ¿Viene un escuadron volante, ó viene por tercios? ¿Cuanta es la artilleria, coraças y morriones que traen, y cuantas compañias de flecheros? Los soldados ¿son viejos ó bisoños? ¿Están bien pagados? ¿Hay hambre ó peste en el exercito? ¿Cuantos son los alemanes, tudescos, franceses, españoles, italianos y esgüizaros? ¿Como se llaman los generales, maeses de campo, prebostes, y capitanes de campaña? Presto, Sancho, presto, dilo; que importa para que, conforme á la gente, hagamos en este grande prado trincheras, fosos, contrafosos, rebellines, plataformas, bastiones, estacadas, mantas y reparos, para que dentro les echemos naranjas y bombas de fuego, disparando todos á un tiempo nuestra artilleria, y primero las pieças que están llenas de clavos y medias balas, porque estas hazen grande efeto al primero impetu y asalto. Respondió Sancho:

Señor, aqui no hay peto ni salto, ¡pecador de mí! ni hay exercitos de turquescos, ni animales, ni borricadas ni bestiones; bestias sí que lo seremos nosotros si no nos vamos al punto. Tome su adarga y lança; que quiero subir en mi asno; y pues nuestra Señora de los Dolores nos ha librado de los que nos podian causar los palos que tan bien merecidos teniamos en esta venta, huyamos de ella como de la ballena de Jonas; que no le faltarán á v. m. por esos mundos otras aventuras más faciles de vencer que esta. Calla, Sancho, dixo don Quixote; que si me ven huir, dirán que soy un gallina cobarde. Pues par diez, replicó Sancho, que aunque digan que somos gallinas, capones ó faisanes, que por esta vez que nos tenemos de ir: arre acá, señor jumento. Don Quixote, que vió resuelto á Sancho, no quiso contradezirle más; antes començó á caminar tras él diziendo: Por cierto, Sancho, que lo hemos errado mucho en no volver á la venta y retar á todos aquellos por traidores y alevosos, pues lo son verdaderamente, dandoles despues desto á todos la muerte; porque tan vil canalla y tan soez no es bien viva sobre la haz de la tierra; pues quedando, como ves quedan, vivos, mañana dirán que no tuvimos animo para acometellos, cosa que sentiré á par de muerte se diga de mí. En fin, Sancho, nosotros habemos sido, en volvernos, grandisip. 45mos borrachos. ¿Borrachos, señor? respondió Sancho: borrachos seamos delante de Dios; que para lo deste mundo, ello hemos hecho lo que toca á nuestras fuerças; por tanto, caminemos antes que entre más el sol; que dexa v. m. bien castigados todos los de la venta.

CAPITULO VI

De la no menos extraña que peligrosa batalla que nuestro caballero tuvo con un guarda de un melonar, que él pensaba ser Roldan el Furioso.

Caminaron la via de Çaragoça el buen hidalgo don Quixote y Sancho Pança su escudero, y anduvieron seis dias sin que les sucediese en ellos cosa de notable consideracion, solo que por todos los lugares que pasaban eran en extremo notados, y en cualquier parte daban harto que reir las simplicidades de Sancho Pança y las quimeras de don Quixote; porque se ofreció en Ariza hazer él proprio un cartel y fixarle en un poste de la plaça, diziendo que cualquier caballero natural ó andante que dixese que las mugeres merecian ser amadas de los caballeros, mentia, como él solo se lo haria confesar uno á uno ó diez á diez; bien que merecian ser defendidas y amparadas en sus cuitas, como lo manda el orden de caballeria; pero que en lo demas, que se sirviesen los hombres dellas para la generacion con el vinculo del santo matrimonio, sin mas arrequives de festeos; pues desengañaban bien de cuan gran locura era lo contrario las ingratitudes de la infanta Dulcinea del Toboso; y luego firmaba al pie del cartel: El Caballero Desamorado. Tras este pasaron otros tan apacibles y más estraños cuentos en los demas lugares del camino, hasta que sucedió que llegando él y Sancho cerca de Calatayud, en un lugar que llaman Ateca, á tiro de mosquete de la tierra, yendo platicando los dos sobre lo que pensaba hazer en las justas de Çaragoça, y como desde alli pensaba dar la vuelta á la corte del Rey, y dar en ella á conocer el valor de su persona, volvió la cabeça y vió enmedio de un melonar una cabaña, y junto á ella un hombre que le estaba guardando con un lançon en la mano. Detuvose un poco mirandole de hito á hito; y despues de haber hecho en su fantasia un desvariado discurso, dixo: Detente, Sancho, detente; que si yo no me engaño, esta es una de las más estrañas y nunca vistas aventuras que en los dias de tu vida hayas visto ni oido dezir; porque aquel que alli ves con la lança ó venablo en la mano, es sin duda el señor de Anglante, Orlando el Fup. 46rioso, que, como se dize en el autentico y verdadero libro que llaman Espejo de caballerias, fue encantado por un moro, y llevado á que guardase y defendiese la entrada de cierto castillo, por ser él el caballero de mayores fuerças del universo; encantandole el moro de suerte, que por ninguna parte puede ser ferido ni muerto, si no es por la planta del pie. Este es aquel furioso Roldan que, de rabia y enojo porque un moro de Agramante llamado Medoro, le robó á Angélica la bella, se tornó loco, arrancando los arboles de raiz; y aun se dize por muy cierto (cosa que yo la creo rebien de sus fuerças) que asió de una pierna á una yegua sobre quien iba un desdichado pastor, y volteandola sobre el braço derecho, la arrojó de sí dos leguas, con otras cosas estrañas, semejantes á esta, que alli se cuentan por muy extenso, donde los podrás tú leer. Asi que, Sancho mio, yo estoy resuelto de no pasar adelante hasta probar con él la ventura; y si fuere tal la mia (que si será, segun el esfuerço de mi persona y ligereza de mi caballo), que yo le venciere y matare, todas las glorias, victorias y buenos sucesos que tuvo, serán sin duda mios, y á mí solo se atribuiran todas las fazañas, vencimientos, muertes de gigantes, desquixaramientos de leones y rompimientos de exercitos que por sola su persona hizo; y si él echó, como se cuenta por verdad, la yegua con el pastor dos leguas, dirá todo el mundo que quien venció á este que tal hazia, bien podrá arrojar á otro pastor como aquel á cuatro leguas: con esto seré nombrado por el mundo y será temido mi nombre; y finalmente, sabiendolo el rey de España, me enviará á llamar y me preguntará punto por punto cómo fue la batalla, que golpes le dí, con que ardides le derribé y con que estratagemas le falseé las tretas para que diesen en vazio; y finalmente, cómo le dí la muerte por la planta del pie con un alfiler de á blanca. Informado su magestad de todo, y dandote á tí por testigo ocular, seré sin duda creido; y llevando, como llevaremos, la cabeça en esas alforjas, el Rey la mirará, y dirá: ¡Ah Roldan, Roldan, y como siendo vos la cabeça de los Doze Pares de Francia habeis hallado vuestro par! No os valió ¡oh fuerte caballero! vuestro encantamiento ni el haber rompido de sola una cuchillada una grandisima peña. ¡Oh Roldan, Roldan, y como de hoy más se lleva la gala y fama el invicto manchego y gran español don Quixote!

Asi que, Sancho, no te muevas de aqui hasta que yo haya dado cabo y cima á esta dudosa aventura, matando al señor de Anglante y cortandole la cabeça. Sancho, que habia estado muy atento á lo que su amo dezia, le respondió diziendo: Señorp. 47 Caballero Desamorado, lo que á mi me parece es que no hay aqui, á lo que yo entiendo, ningun señor de Argante; porque lo que yo alli veo no es sino un hombre que está con un lançon guardando su melonar; que como va por aqui mucha gente á Çaragoça á las fiestas, se le deben de festear por los melones; y asi digo que mi parecer es, no obstante el de v. m., que no alborotemos á quien guarda su hacienda, y guardela muy enhorabuena; que asi hago yo con la mia. ¿Quien le mete á v. m. con Giraldo el Furioso, ni en cortar la cabeça á un pobre melonero? ¿Quiere que despues se sepa, y que luego salga tras nosotros la Santa Hermandad, y nos ahorque y asaetee, y despues eche á galeras por sietecientos años, de donde primero que salgamos ternemos canas en las pantorrillas? Señor don Quixote, ¿no sabe lo que dize el refran, que quien ama el peligro, mal que le pese ha de caer en él? Delo al diablo, y vamos al lugar, que está cerca: cenaremos muy á nuestro plazer, y comerán las cabalgaduras; que á fe que si á Rocinante, que va un poco cabizbaxo, le preguntase donde querria más ir, al meson ó guerrear con el melonero, que dixese que más querria medio celemin de cebada, que cien hanegas de meloneros.

Pues si esta bestia, siendo insensitiva, lo dize y se lo ruega, y yo tambien en nombre della y de mi jumento, se lo suplicamos mal y caramente, razon es nos crea; y mire v. m. que por no haber querido muchas vezes tomar mi consejo nos han sucedido algunas desgracias. Lo que podemos her, es: yo llegaré y le compraré un par de melones para cenar; y si él dize que es Gaiteros ó Bradamonte ó esotro demonio que dize, yo soy muy contento que le despanzorremos; si no, dexemosle para quien es, y vamos nosotros á nuestras justas reales.

¡Oh Sancho, Sancho, dixo don Quixote, y que poco sabes de achaque de aventuras! Yo no salí de mi casa sino para ganar honra y fama, para lo cual tenemos ahora ocasion en la mano; y bien sabes que la pintaban los antiguos con copete en la frente y calva de todo el celebro, dandonos con eso á entender que pasada ella, no hay de donde asirla. Yo, Sancho, por todo lo que tú y todo el mundo me dixere, no he de dexar de probar esta empresa, ni de llevar el dia que entrare en Çaragoça, la cabeça de este Roldan en una lança, con una letra debaxo della que diga: «Vencí al vencedor.» Mira pues tú, Sancho, ¡cuanta gloria se me seguirá de esto! pues será ocasion de que en las justas todos me rindan vasallage y se me den por vencidos; con lo cual todos los precios dellas serán sin duda mios. Y asi, Sancho, encomiendame á Dios; que voy á meterme en uno de los map. 48yores peligros que en todos los dias de mi vida me he visto; y si acaso, por ser varios los peligros de la guerra, muriese en esta batalla, llevarme has á San Pedro de Cardeña; que muerto, estando con mi espada en la mano, como el Cid, sentado en una silla, yo fio que si, como á él, algun judio, acaso por hazer burla de mí, quisiere llegarme á las barbas, que mi braço yerto sepa meter mano y tratarle peor que el catolico Campeador trató al que con él hizo lo proprio. ¡Oh señor! respondió Sancho, por el arca de Noe le suplico que no me diga eso de morir; que me haze saltar de los ojos las lagrimas como el puño, y se me haze el coraçon añicos de oirselo, de puro tierno que soy de mio. ¡Desdichada de la madre que me parió! ¿Que haria despues el triste Sancho Pança solo en la tierra agena, cargado de dos bestias, si v. m. muriese en esta batalla? Començó Sancho tras esto á llorar muy de veras, y dezir

¡Ay de mí, señor don Quixote! ¡nunca yo le hubiera conocido por tan poco! ¿Que haran las donzellas desaguisadas? ¿Quien hará y deshará tuertos? Perdida queda de hoy más toda la nacion manchega; no habrá fruto de caballeros andantes, pues hoy acabó la flor dellos en v. m.; más valiera que nos hubieran muerto ahora un año aquellos desalmados yangüeses, cuando nos molieron las costillas á garrotazos. ¡Ay señor don Quixote! ¡Pobre de mí! ¿y que tengo de her solo y sin v. m.? ¡Ay de mí!

Don Quixote lo consoló diziendo: Sancho, no llores; que aun no soy muerto; antes he oido y leido de infinitos caballeros, y principalmente de Amadis de Gaula, que habiendo estado muchas vezes á pique de ser muertos, vivian despues muchos años, y venian á morirse en sus tierras, en casa de sus padres, rodeados de hijos y mugeres. Con todo eso, estese dicho, hagas, si muriere, lo que te digo. Yo lo prometo, señor, dixo Sancho, si Dios le lleva para sí, de llevar á enterrar su cuerpo, no solamente al San Pedro de Cerdeña que dize, sino que aunque me cueste el valor del jumento, le tengo de llevar á enterrar á Constantinopla; y pues va determinado de matar ese melonero, arrojeme acá, antes que parta, su bendicion, y deme la mano para que se la bese; que la mia y la del señor san Cristobal le caiga.

Diosela don Quixote con mucho amor, y luego començó á espolear á Rocinante, que de cansado ya no se podia mover. Entrando por el melonar y picando derecho hazia la cabaña donde estaba la guarda, iba dando á cada paso á la maldicion á Rocinante, por ver que cada mata, como era verde, le daba apetito, aunque tenia freno, de probar algunas de sus hojas ó melones, fatigado de la hambre. Cuando el melonero vióp. que se iba allegando más á él aquella fantasma, sin que reparase en el daño que hazia en las matas y melones, començole á dezir á vozes que se tuviese afuera; si no, que le haria salir con todos los diablos del melonar. No curandose don Quixote de las palabras que el hombre le dezia, iba prosiguiendo su camino; y ya que estuvo dos ó tres picas dél, començó á dezirle, puesta la lança en tierra: Valeroso conde Orlando, cuya fama y cuyos hechos tiene celebrados el famoso y laureado Ariosto, y cuya figura tienen esculpida sus divinos y heroicos versos; hoy es el dia, invencible caballero, en que tengo de probar contigo la fuerça de mis armas y los agudos filos de mi cortadora espada; hoy es el dia, valiente Roldan, en que no te han de valer tus encantamientos ni el ser cabeça de aquellos Doze Pares de cuya nobleza y esfuerço la gran Francia se gloria; que por mi has de ser, si quiere la fortuna, vencido y muerto, y llevada tu soberbia cabeça, ¡oh fuerte frances! en esta lança á Çaragoça. Hoy es el dia en que yo gozaré de todas tus fazañas y vitorias, sin que te pueda valer el fuerte exercito de Carlo-Magno, ni la valentia de Reinaldos de Montalvan, tu primo; ni Montesinos, ni Oliveros, ni el hechicero Malgisi con todos sus encantamientos: vente, vente para mí, que un solo español soy: no vengo, como Bernardo del Carpio y el rey Marsillo de Aragon, con poderoso exercito contra tu persona; solo vengo con mis armas y caballo contra tí, que te tuviste algun tiempo por afrentado de entrar en batalla con diez caballeros solos. Responde, no estés mudo, sube sobre tu caballo, ó vente para mi de la manera que quisieres; mas porque entiendo, segun he leido, que el encantador que aqui te puso no te dió caballo, yo quiero baxar del mio; que no quiero hazer batalla contigo con ventaja alguna.

Y baxó en esto del caballo, y viendolo Sancho, començó á dar vozes diziendo: Arremeta, nuesamo, arremeta; que yo estoy aqui rezando por su ayuda, y he prometido una misa á las benditas animas, y otra al señor san Anton, que guarde á v. m. y á Rocinante. El melonero, que vió venir para sí á don Quixote con la lança en la mano y cubierto con el adarga, començole á dezir que se tuviese afuera; si no, que le mataria á pedradas. Como don Quixote prosiguiese adelante, el melonero arrojó su lançon y puso una piedra poco mayor que un huevo en una honda, y dando media vuelta al braço, la despidió como de un trabuco contra don Quixote, el cual la recibió en el adarga; mas falseola facilmente, como era de solo badana y papelones, y dió á nuestro caballero tan terrible golpe en el braço izquierdo, que á nop. cogelle armado con el braçalete, no fuera mucho quebrarsele; aunque sintió el golpe bravisimamente. Como el melonero vió que todavia porfiaba para acercarsele, puso otra piedra mayor en la honda, y tirola tan derecha y con tanta fuerça, que dió con ella á don Quixote en medio de los pechos, de suerte que á no tener puesto el peto grabado, sin duda se la escondiera en el estomago: con todo, como iba tirada por buen braço, dió con el buen hidalgo de espaldas en tierra, recibiendo una mala y peligrosa caida, y tal, que con el peso de las armas y fuerça del golpe, quedó en el suelo medio aturdido. El melonero, pensando que le habia muerto ó malparado, se fue huyendo al lugar. Sancho, que vió caido á su amo, entendiendo que de aquella pedrada habia acabado don Quixote con todas las aventuras, se fue para él, llevando al jumento del cabestro, lamentandose y diziendo:

¡Oh pobre de mi señor desamorado! ¿No se lo dezia yo, que nos fueramos muy en hora mala al lugar, y no hizieramos batalla con este melonero, que es más luterano que el gigante Golias? Pues ¿como se atrevió á llegarse á él sin caballo, pues sabia en Dios y en su conciencia que no le podia matar sino metiendole una aguja ó alfiler de á blanca por la planta del pie? Llegose en esto á su señor, y preguntole si estaba mal ferido: él respondió que no; pero que aquel soberbio Roldan le habia tirado una gran peña y le habia derribado con ella en tierra; añadiendo: Dame, Sancho, la mano, pues ya he salido con muy cumplida vitoria; que para alcançarla, bastame que mi contrario haya huido de mí y no ha osado aguardarme: al enemigo que huye, hazerle la puente de plata, como dizen. Dexemosle pues ir; que ya vendrá tiempo en que yo le busque, y á pesar suyo acabe la batalla començada: solo me siento en este braço izquierdo mal herido; que aquel furioso Orlando me debió tirar una terrible maça que tenia en la mano; y si no me defendieran mis finas armas, entiendo que me hubiera quebrado el braço.

Maça, dixo Sancho, bien sé yo que no la tenia; pero le tiró dos guijarros con la honda, que si con cualquiera dellos le diera sobre la cabeça, sobre mí, que por más que tuviera puesto en ella ese chapitel de plata ó como le llama, hubieramos acabado con el trabajo que habemos de pasar en las justas de Çaragoça; pero agradezca la vida que tiene á un romance que yo le rezé del conde Peranzules, que es cosa muy probada para el dolor de hijada. Dame la mano, Sancho, dixo don Quixote, y entremos un rato á descansar en aquella cabaña, y luego nos iremos, pues el lugar está cerca. Levantose don Quixote tras esto, y quitó el frenop. 51 á Rocinante, y Sancho quitó la maleta de encima de su jumento, juntamente con la albarda; metiolo todo en la cabaña, quedando Rocinante y el jumento señores absolutos del melonar, del cual cogió Sancho dos melones harto buenos, y con un mal cuchillo que traia los partió y puso encima de la albarda para que comiese don Quixote; si bien él, tras solo cuatro bocados que tomó dellos, mandó á Sancho que los guardase para cenar en el meson á la noche. Pero apenas habia Sancho comido media dozena de rebanadas, cuando el melonero vino con otros tres harto bien dispuestos moços, trayendo cada uno una gentil estaca en la mano; y como vieron el rocin y jumento sueltos, pisando las matas y comiendo los melones, encendidos en colera, entraron en la cabaña, llamandolos ladrones y robadores de la hacienda agena, acompañando estos requiebros con media dozena de palos que les dieron muy bien dados, antes que se pudiesen levantar; y á don Quixote, que por su desgracia se habia quitado el morrion, le dieron tres ó cuatro en la cabeça, con que le dexaron medio aturdido, y aun muy bien descalabrado; pero Sancho lo pasó peor; que como no tenia reparo de coselete, no se le perdió garrotazo en costillas, braços y cabeça, quedando tambien aturdido como lo quedaba su amo. Los hombres, sin curar dellos, se llevaron al lugar en prendas el rocin y jumento por el daño que habian hecho. De alli á un buen rato, vuelto Sancho en sí, y viendo el estado en que sus cosas estaban, y que le dolian las costillas y braços de suerte que casi no se podia levantar, començó á llamar á don Quixote, diziendo: ¡Ah señor caballero andante (andado se vea él con todos cuantos diablos hay en los infiernos)! ¿parecele que quedamos buenos? ¿Es este el triunfo con que habemos de entrar en las justas de Çaragoça? ¿Que es de la cabeça de Roldan el encantado, que hemos de llevar espetada en lança? Los diablos le espeten en un asador, ¡plegue á santa Apolonia! Estoyle diziendo sietecientas vezes que no nos metamos en estas batallas impertinentes, sino que vamos nuestro camino sin hazer mal á nadie, y no hay remedio. Pues tomese esos peruetanos que le han venido, y aun plegue á Dios, si aqui estamos mucho, no vengan otra media dozena dellos á acabar la batalla que los primeros començaron. Alzese, pesia á las herraduras del caballo de san Martin, y mire que tiene la cabeça llena de chichones, y le corre la sangre por la cara abaxo, siendo ahora de veras el de la Triste Figura, por sus bien merecidos disparates. Don Quixote, volviendo en sí y sosegandose un poco, començó á dezir:

Rey don Sancho, rey don Sancho
No dirás que no te aviso
Que del cerco de Zamora
Un traidor habia salido.

¡Mal haya el anima del Anticristo! dixo Sancho: estamos con las nuestras en los dientes, ¡y ahora se pone muy de espacio al romance del rey don Sancho! Vamonos de aqui, por las entrañas de todo nuestro linage, y curemonos; que estos Barrabases de Gaiteros, ó quien son, nos han molido más que sal, y á mí me han dexado los braços de suerte, que no los puedo levantar á la cabeça. ¡Oh buen escudero y amigo! respondió don Quixote, has de saber que el traidor que desta suerte me ha puesto es Bellido de Olfos, hijo de Olfos Bellido.

— ¡Oh, reniego de ese Bellido ó bellaco de Olfos, y aun de quien nos metió en este melonar!

— Este traidor, dixo don Quixote, saliendo conmigo mano á mano, camino de Zamora, mientras que yo me baxé de mi caballo para proveerme detrás de unas mantas; este alevoso, digo, de Bellido, me tiró un venablo á traicion, y me ha puesto de la suerte que ves: por tanto ¡oh fiel vasallo! conviene mucho que tú subas en un poderoso caballo, llamandote don Diego Ordoñez de Lara, y que vayas á Zamora, y en llegando junto á la muralla, verás entre dos almenas el buen viejo Arias Gonzalo, ante quien retarás á toda la ciudad, torres, cimientos, almenas, hombres, niños y mugeres, el pan que comen y el agua que beben, con todos los demas retos con que el hijo de don Bermudo retó á dicha ciudad, y matarás á los hijos de Arias Gonzalo, Pedro Arias y los demas. ¡Cuerpo de san Quintin! dixo Sancho: si v. m. ve cuales nos han puesto cuatro meloneros, ¿para que diablos quiere que vamos á Zamora á desafiar toda una ciudad tan principal como aquella? ¿Quiere que salgan della cinco ó seis millones de hombres á caballo y acaben con nuestras vidas, sin que gozemos de los premios de las reales justas de Çaragoça? Deme la mano y levantese, y iremos al lugar que está cerca, para que nos curen y á v. m. le tomen esa sangre. Levantose don Quixote, aunque con harto trabajo, y salieron los dos fuera de la cabaña; pero cuando no vieron el Rocinante ni el jumento, fue grandisimo el sentimiento que don Quixote hizo por él; y Sancho, dando vueltas alrededor de la cabaña buscando su asno, dezia llorando: ¡Ay asno de mi anima! ¿y que pecados has hecho para que te hayan llevado de delante de mis ojos? Tú eres la lumbre dellos, asno de mis entrañas, espejo en que yo me miraba; ¿quien te me ha llep. 53vado? ¡Ay jumento mio, que por tí solo y por tu pico podias ser rey de todos los asnos del mundo! ¿á donde hallaré yo otro tan hombre de bien como tú? Alivio de mis trabajos, consuelo de mis tribulaciones, tú solo me entendias los pensamientos, y yo á tí, como si fuera tu propio hermano de leche. ¡Ay, asno mio!, y como tengo en la memoria que cuando te iba á echar de comer á la caballeriza, en viendo cerner la cebada, rebuznabas y reias con una gracia como si fueras persona; y cuando respirabas hazia dentro, dabas un gracioso silbo, respondiendo por el organo trasero con un gamaut, que ¡mal año para la guitarra del barbero de mi lugar que mejor musica haga cuando canta el pasacalle de noche! Don Quixote le consoló diziendo: Sancho, no te aflijas tanto por tu jumento; que yo he perdido el mejor caballo del mundo; pero sufro y disimulo hasta que le halle, porque le pienso buscar por toda la redondez del universo. ¡Oh señor! dixo Sancho: ¿no quiere que me lamente, ¡pecador de mí! si me dixeron en nuestro lugar que este mi asno era pariente muy cercano de aquel gran retorico asno de Balan, que buen siglo haya? Y bien se ha echado de ver en el valor que ha mostrado en esta reñida batalla que con los más soberbios meloneros del mundo habemos tenido. Sancho, dixo don Quixote, para lo pasado no hay poder alguno, segun dize Aristoteles; y asi lo que por ahora puedes hazer, es tomar esta maleta debaxo del braço, y llevar esta albarda á cuestas hasta el lugar, y alli nos informaremos de todo lo que nos fuere necesario para hallar nuestras bestias. Sea como v. m. mandare, dixo Sancho tomando la maleta y diziendo á don Quixote que le echase la albarda encima. Mira, Sancho, replicó él, si la podrás llevar; si no, lleva primero la maleta, y luego volverás por ella. Si podré, dixo Sancho; que no es esta la primera albarda que he llevado á cuestas en esta vida. Pusosela encima; y como el ataharre le viniese junto á la boca, dixo á don Quixote que se la echase tras de la cabeça, porque le olia á paja mal mascada.

CAPITULO VII

Como don Quixote y Sancho Pança llegaron á Ateca, y como un caritativo clerigo llamado Mosen Valentin los recogió en su casa, haziendoles todo buen acogimiento

Començaron á caminar don Quixote con su adarga y Sancho con su albarda, que le venia como anillo en dedo, y en entrando por la primera calle del lugar, se les començó á juntar una grande multitud de muchachos hasta que llegaron á la plaça, donde en viendo llegar aquellas estrañas figuras, se empeçaron á reir los que en ella estaban, y llegaronseles los jurados y seis ó siete clerigos, y otra gente honrada que con ellos estaban. Como se vió don Quixote en la plaça cercado de tanta gente, viendo que todos se reian, començó á dezir: Senado ilustre y pueblo romano invicto, cuya ciudad es y ha sido cabeça del universo, mirad si es licito que de vuestra famosa ciudad hayan salido salteadores, los cuales vosotros jamas consentistes en vuestra clara republica en los antiguos siglos, y me hayan robado á mí mi preciado caballo y á mi fiel escudero su jumento, sobre quien trae las joyas y precios que en diferentes justas y torneos he ganado ó podido ganar: por tanto, si aquel valor antiguo ha quedado en vuestros coraçones de piadosos romanos, dadnos aqui luego lo que se nos ha robado, juntamente con los traidores que, estando nosotros á pie y descuidados, nos han ferido de la suerte que veis; si no, yo os reto á todos por alevosos y hijos de otros tales; y asi os aplaço á que salgais conmigo á singular batalla uno á uno, ó todos para mí solo. Dieron todos, en oyendo estos disparates, una grandisima risada, y llegandoseles un clerigo que más discreto parecia, les rogó callasen; que él, poco más ó menos, conocia la enfermedad de aquel hombre, y le haria dar de sí con entretenimiento de todos; y tras esto y el universal silencio que los circunstantes le dieron, se llegó á don Quixote diziendo: V. m., señor caballero, sabranos dezir las señas de los que le han descalabrado y hurtado ese caballo que dize; porque dando aqui á los ilustres consules los malhechores, no solamente seran por ellos castigados, sino que justamente se le volverá á v. m. todo lo que se hallare ser suyo. Don Quixote le respondió: Al que hizo batalla conmigo, dificultosa cosa será hallarlo, porque á mi parecer dixo que era el valeroso Orlando el Furioso, ó por lo menos el traidor de Bellido de Olfos. Rieronse todos; pero Sancho, que estaba cargado con su albarda á cuestas, dixo: ¿Para que esp. 55 menester andar por zorrinloquios? El que derribó á mi amo con una pedrada, es un hombre que guardaba un melonar; moço lampiño, de barba larga, con unos mostachos rehondidos, á quien Dios cohonda: este le hurtó á mi señor el rocin, y á mí me ha llevado el jumento; que más quisiera me hubiera llevado las orejas que veo. Mosen Valentin, que asi se llamaba el clerigo, acabó de conocer de que pie coxqueaban don Quixote y su escudero; y asi, como era hombre caritativo, dixo á don Quixote: V. m., señor caballero, se venga conmigo, y este su moço; que todo se hará á su gusto. Llevoles luego á su casa, y hizo acostar á don Quixote en una harto buena cama, y llamó al barbero del lugar, que le curase los chichones que tenia en la cabeça, aunque no eran heridas de mucho peligro; mas como vió don Quixote al barbero, que ya le queria curar, le dixo: Huelgo mucho en extremo ¡oh maestro Elicebad! en haber caido hoy en vuestras venturosas manos; que yo sé y he leido que vos las teneis tales, juntamente con las medicinas y yerbas que á las heridas aplicais, que Avicena, Averroes y Galeno pudieran venir á aprender de vos. Asi que, ¡oh sabio maestro! dezidme si estas penetrantes feridas son mortales; porque aquel furioso Orlando me hirió con un terrible tronco de encina, y asi es imposible no lo sean; y siendolo, os juro por el orden de caballeria que profeso, de no consentir ser curado hasta que tome entera satisfaccion y vengança de quien tan á su salvo me hirió á traicion, sin aguardar como caballero á que yo metiese mano á la espada. El Clerigo y el Barbero, que semejantes razones oyeron dezir á don Quixote, acabaron de entender que estaba loco; y sin responderle, dixo el clerigo al barbero que le curase y no le respondiese palabra, por no darle nueva materia para hablar. Despues que fue curado, mandó Mosen Valentin que le dexasen reposar; lo cual se hizo asi. Sancho, que habia tenido la candela para curar á su amo, estaba reventando por hablar; y asi, en viendose fuera del aposento, dixo á Mosen Valentin: V. m. ha de saber que aquel Girnaldo el furioso me dió, no sé si era con la mesma encina que dió á mi amo, ó con alguna barra de oro; y si haria, pues dizen dél está encantado, y segun me duelen las costillas, sin duda me debió de dexar alguna endiablada calentura en ellas; y es de suerte mi mal, que en todo mi cuerpo, que Dios haya, ninguna cosa me ha dexado en pie sino es, cuando mucho, alguna poquilla gana de comer; que si esta me quitara, al diablo hubiera yo dado á todos los Roldanes, Ordoños y Claras del mundo. Mosen Valentin, que entendió el apetito de Sancho, p. 56 le hizo dar de cenar muy bien, mientras él iba á informarse de quien seria el que llevó á don Quixote el caballo y á Sancho su jumento; y averiguado quien les hizo el asalto, dió orden en cobrar y volver á su casa á Rocinante con el jumento, al cual, como vió Sancho, que estaba sentado al çaguan, se levantó de la mesa, y abraçandolo le dixo: ¡Ay asno de mi alma! tú seas tan bien venido como las buenas pascuas, y detelas Dios á tí y á todas las cosas en que pusieres mano, tan buenas como me las has dado á mí con tu vuelta; mas dime, ¿como te ha ido á tí en el cerco de Zamora con aquel Rodamonte, á quien rodado vea yo por el monte abaxo, en que Satanás tentó á nuestro Señor Jesucristo? Mosen Valentin, que vió á Sancho tan alegre por haber hallado su asno, le dixo: No se os dé nada, Sancho; que cuando vuestro asno no pareciera, yo, por lo mucho que os quiero, os diera una burra tan buena como él, y aun mejor. Eso no podia ser, dixo Sancho, porque este mi jumento me sabe ya la condicion y yo sé la suya, de suerte que apenas ha començado á rebuznar, cuando le entiendo, y sé si pide cebada ó paja, ó si quiere beber ó que le desalbarde para echarse en la caballeriza; y en fin, le conozco mejor que si le pariera. Pues ¿como, dixo el clerigo, señor Sancho, entendeis vos cuando el jumento quiere reposar? Yo, señor Valentin, respondió Sancho, entiendo la lengua asnuna muy lindamente. Riyó el clerigo mucho de su respuesta, y mandó que le diesen muy buen recado asi á él como á su jumento y á Rocinante, pues ya don Quixote reposaba; lo cual fue hecho con mucha puntualidad.

Despues de cena llegaron otros dos clerigos, amigos de Mosen Valentin, á su casa, á saber como le iba con los huespedes; el cual les dixo: Por Dios, señores, que tenemos con ellos el mas lindo pasatiempo agora en esta casa, que se puede imaginar; porque el principal, que es el que está en la cama, se finge en su fantasia caballero andante como aquellos antiguos Amadis ó Febo, que los mentirosos libros de caballerias llaman andantes; y asi, segun me pareze, él piensa con esta locura ir á las justas de Çaragoça y ganar en ellas muchas joyas y premios de importancia; pero goçaremos de su conversacion los dias que aqui en mi casa se estuviere curando, y aumentará nuestro entretenimiento la intrinseca simplicidad deste labrador á quien el otro llama su fiel escudero. Tras esto començaron á platicar con Sancho, y preguntole punto por punto de todas las cosas de don Quixote; el cual les contó todo lo que con él habia pasado el otro año, y los amores de Dulcinea del Toboso, y como se llap. 57maba don Quixote de la Mancha, y agora el Caballero Desamorado para ir á las justas de Çaragoça; y á este compas desbuchó Sancho todo lo que de don Quixote sabia; pero rieron mucho con lo de los galeotes y penitencia de Sierra Morena y encerramiento de la jaula, con la cual acabaron de entender lo que don Quixote era, y la simplicidad con que Sancho le seguia, alabando sus cosas. De suerte que estuvieron en casa de Mosen Valentin casi ocho dias Sancho y don Quixote, al cabo de los cuales, pareciendole á él que estaba ya bueno y que era tiempo de ir á Çaragoça á mostrar el valor de su persona en las justas, dixo un dia, despues de comer á Mosen Valentin: A mí me parece, ¡oh buen sabio Lirgando! pues por vuestro gran saber he sido traido y curado en este vuestro insigne castillo sin tenerlo servido, que ya es tiempo de que con vuestra buena licencia me parta luego para Çaragoça, pues vos sabeis lo mucho que importa á mi honra y reputacion; que si la fortuna me fuere favorable (y sí será siendo vos de mi parte), yo pienso presentaros alguna de las mejores joyas que en ellas hubiere, y la habeis de recebir por me hazer merced: solo os suplico que no me olvideis en las mayores necesidades, porque muchos dias ha que el sabio Alquife, á cuya cuenta está el escribir mis fazañas, no lo he visto, y creo que de industria haze el dexarme solo en algunos trabajos, para que asi aprenda dellos á comer el pan con corteça, y me valga por mi pico, como dizen: por tanto, yo me quiero partir luego á la hora; y si sois servido de enviar conmigo algun recado en mi recomendacion á la sabia Urganda la desconocida, para que si fuere herido en las justas, ella me cure, me hareis muy grande merced en ello.

Mosen Valentin, despues de haberle escuchado con mucha atencion, le dixo: V. m., señor Quijada, se podrá ir cuando fuere servido; pero advierta que yo no soy Lirgando, ese mentiroso sabio que dize, sino un sacerdote honrado que, movido de compasion de ver la locura en que v. m. anda con sus quimeras y caballerias, le he recebido con fin de dezirle y aconsejarle lo que le haze al caso, y advertirle á solas, de las puertas adentro de mi casa, como anda en pecado mortal, dexando la suya y su hacienda, con aquel sobrinito que tiene, andando por esos caminos como loco, dando nota de su persona, y haziendo tantos desatinos; y advierta que alguna vez podrá hazer alguno por el cual le prenda la justicia, y no conociendo su humor, le castigue con castigo público y publica deshonra de su linage; ó no habiendo quien le favorezca y conozca, quiçá por haber muerto alguno en la campaña, tomado de su locura, le cogerá tal vez la Hermandad, que no consiente burlas, y le ahorcará, perdiendo la vida del cuerpo, y lo que peor es, la del alma: tras que anda escandaliçando, no solamente á los de su lugar, sino á todos los que le ven ir desa suerte armado por los caminos; si no, v. m. lo vea por el dia en que entró en este pueblo, como le seguian los muchachos por las calles como si fuera loco, diziendo á vozes: ¡Al hombre armado, muchachos, al hombre armado! Bien sé que v. m. ha hecho lo que haze, por imitar, como dize, á aquellos caballeros antiguos Amadis y Esplandian, con otros que los no menos fabulosos que perjudiciales libros de caballerias fingen, á los cuales v. m. tiene por autenticos y verdaderos, sabiendo, como es verdad, que nunca hubo en el mundo semejantes caballeros, ni hay historia española, francesa ni italiana, á lo menos autentica, que haga dellos mencion; porque no son sino una composicion ficticia, sacada á luz por gente de capricho, á fin de dar entretenimiento á personas ociosas y amigas de semejantes mentiras; de cuya licion se engendran secretamente en los animos malas costumbres, como de los buenos buenas; y de aqui nace que hay tanta gente ignorante en el mundo, que viendo aquellos libros tan grandes impresos, les parece como á v. m. le ha parecido, que son verdaderos, siendo, como tengo dicho, composicion mentirosa: por tanto, señor Quijada, por la pasion que Dios pasó, le ruego que vuelva sobre sí y dexe esa locura en que anda, volviendose á su tierra; y pues me dize Sancho que v. m. tiene razonablemente hacienda, gastela en servicio de Dios y en hazer bien á los pobres, confesando y comulgando á menudo, oyendo cada dia su misa, visitando enfermos, leyendo libros devotos y conversando con gente honrada, y sobre todo con los clerigos de su lugar, que no le dirán otra cosa de lo que yo le digo; y verá con esto como será querido y honrado, y no juzgado por hombre falto de juizio, como todos los de su lugar y los que le ven andar desa manera le tienen; y más, que le juro por las ordenes que tengo, que iré con v. m., si dello gusta, hasta dexarle en su propria casa, aunque haya de aqui á ella cuarenta leguas, y aun le haré todo el gasto por el camino, porque vea v. m. como deseo yo más su honra y el bien de su alma, que v. m.p. proprio; y dexe esas vanidades de aventuras, ó por mejor dezir, desventuras; que ya es hombre mayor: no digan que se vuelve á la edad de los niños, echandose á perder á sí y á este buen labrador que le sigue, que tan poco ha cerrado la mollera como v. m. Sancho, que á todo lo que Mosen Valentin habia dicho habia estado muy atento, sentado sobre la albarda de su caro jumento, dixo: Por cierto, señor licenciado, que su reverencia, tiene muchisima razon, y lo proprio que v. m. le dize á mi señor, le digo yo y le ha dicho el cura de mi tierra; y no hay remedio con él, sino que habemos de ir buscando tuertos por ese mundo. El año pasado y este jamas habemos hallado sino quien nos sacuda el polvo de las costillas, viendonos cada dia en peligro de perder el pellejo por los grandes desaforismos que mi señor haze por esos caminos, llamando á las ventas castillos, y á los hombres, á unos Gaiteros, á otros Guirnaldos, á otros Bermudos, á otros Rodamontes, y á otros diablos que se los lleven; y es lo bueno que son ó meloneros ó arrieros ó gente pasagera, tanto que el otro dia á una moça gallega de una venta, hecha una picarona, que me brindaba por cuatro cuartos con los que sacó del vientre de su madre, llamaba á boca llena la infanta galiciana, y por ella aporreó al ventero, y nos pensamos ver en un inflicto de la maldicion; y creame v. m., y plegue á santa Barbara, abogada de los truenos y relampagos, que si miento en cuanto digo, esta albarda me falte á la hora de mi muerte; y tengo quebrada la cabeça de predicarle sobre estos avisos; pero no hay remedio con él, sino que quiere que aunque me pese le siga, y para ello me ha comprado este mi buen jumento, y me da cada mes por mi trabajo nueve reales y de comer; y mi muger que se lo busque, que asi hago yo, pues tiene tan buenos cuartos.

Don Quixote habia estado cabizbaxo á todo lo que Mosen Valentin y Sancho Pança habian dicho; y como quien despierta, començó á dezir desta manera: Afuera pereça. Mucho, señor Arçobispo Turpin, me espanto de que siendo vueseñoria de aquella ilustre casa del emperador Carlos, llamado el Magno por excelencia, pariente de los Doze Pares de la noble Francia, sea tanta su pusilanimidad y cobardia, que huya de las cosas arduas y dificultosas, apartandose de los peligros, sin los cuales es imposible poderse alcançar la verdadera honra. Nunca cosas grandes se adquirieron sin grandes dificultades y riesgos; y si yo me pongo á los presentes y venideros, solo lo hago como magnanimo, por alcançar honra para mí y cuantos me sucedieren; y esto es licito, pues quien no mira por su honra, mal miraráp por la de Dios; y asi, Sancho, dame luego á la hora mis armas y caballo, y partamos para Çaragoça; que si yo supiera la cobardia y pusilanimidad que habia en esta casa, nunca jamas la ocupara; pero salgamos della al punto, porque no se nos apegue tan mala polilla. Sancho fue luego á ensillar á Rocinante y albardar juntamente su rucio; pero el buen clerigo, que vió tan resuelto y empedernido á don Quixote, no le quiso replicar más; antes estaba escuchando todo cuanto dezia á cada pieça que Sancho ponia del arnes, que eran cosas graciosisimas, ensartando mil principios de romances viejos sin ningun orden ni concierto; y al subir en el caballo dixo con gravedad: Ya cabalga, Calainos, Calainos, el infante:

— y luego, volviendose á Mosen Valentin, con su lança y adarga en la mano, le dixo con voz arrogante: Caballero ilustre, yo estoy muy agradecido de la merced que en este vuestro imperial alcazar se me ha hecho á mí y á mi escudero: por tanto mirad si yo os soy de algun provecho para hazeros vengado de algun agravio que algun fiero gigante os haya hecho; que aqui está Mucio Cevola, aquel que sin pavor ni miedo, pensando matar al Porsena que tenia cercada á Roma, puso intrepido su desnudo braço sobre el brasero de fuego, dando muestras en el hecho, de tan grande esfuerço y valentia, cuanto las dió de corrimiento en la causa dél; y estad cierto que os haré vengado de vuestros enemigos tan á vuestro sabor, que digais que en buena hora me recebisteis en vuestra casa.

— Y diziendole tras esto se quedase con Dios, sin aguardar respuesta, dió de espuelas á Rocinante; y llegando á la plaça, en viéndole los muchachos començaron á gritar: ¡Al hombre armado, al hombre armado! — Y seguido dellos, pasó adelante á medio galope, hasta que salió del lugar, dexando maravillados á todos los que le miraban. El bueno de Sancho enalbardó su jumento, y subiendo en él, dixo: Señor Valentin yo no le ofrezco á v. m. peleas como mi amo ha hecho, porque más sé de ser apaleado que de pelear; pero yo le agradezco mucho el servicio que nos ha hecho: por muchos años lo pueda continuar. Mi lugar se llama el Argamesilla: cuando yo esté allá, estaré aparejado para helle toda merced, y mi muger Mari-Gutierrez sé de cierto que le besa á v. m. las manos en este punto. Sancho hermano, dixo Mosen Valentin, Dios os guarde; y mirad que os ruego que cuando vuestro señor vuelva á su tierra, vengais por aqui; que sereis vos y él bien recebidos, y no haya falta. Respondió Sancho: Yo se lo prometo á v. m.; y quedese con Dios; y plegue á la señora santa Agueda, abogada de las tetas, que viva v. m. tan largos años comop. vivió nuestro padre Abraham. Començó tras esto con toda priesa á arrear su asno, y pasando por la plaça, le cercaron los jurados y todos los que en ella estaban, por reir un poco con él; el cual, como los vió juntos, les dixo: Señores, mi amo va á Çaragoça á hazer unas justas y torneos reales; si matamos alguna gruesa de aquellos gigantones ó Fierablases, que dizen hay allá muchos, yo les prometo, pues nos han hecho servicio de volvernos á Rocinante y al rucio, de traelles una de aquellas ricas joyas que ganaremos y una media dozena de gigantones en escabeche; y si mi amo llegare á ser (que sí hará, segun es de valiente) rey, ó por lo menos emperador, y yo tras él me viere papa ó monarca de alguna iglesia, les prometemos de hellos á todos los deste lugar, cuando menos canonigos de Toledo. Dieron todos con el dicho de Sancho una grandísima risada, y los muchachos que estaban detrás de todos, como vieron que los jurados y clerigos hazian burla de Sancho, el cual estaba caballero en su asno, començaron á silbarle, y juntamente á tirarle con pepinos y berenjenas, de suerte que no bastaron todos los que alli estaban á detener su furia; y asi á Sancho le fue forçoso baxar del asno y darle con el palo muy aprisa, hasta que salió del lugar y topó á don Quixote, que le estaba esperando, el cual le dixo: ¿Que es, Sancho? ¿Que has hecho? ¿En que te has entretenido? Respondió Sancho: ¡Oh, reniego de los çancajos de la muger de Job! ¿Como se vino v. m. y me dexó en las manos de los caldereros de Sodoma? Que le prometo, asi yo me vea arçobispo de aquella ciudad que me prometió el año pasado, que me agarraron en yendose v. m., entre seis ó siete de aquellos escribas y fariseos, y me llevaron en casa del boticario, y me echaron una melecina de plomo derretido, tal, que me haze venir despidiendo perdigones calientes por la puerta falsa, sin que pueda reposar un punto. No se te dé nada, dixo don Quixote; que ya vendrá tiempo en que nos hagamos bien vengados de todos los agravios que en este lugar por no conocernos nos han hecho; pero ahora caminemos para Çaragoça, que es lo que importa; que alli oirás y verás maravillas.

CAPITULO VIII

De como el buen hidalgo don Quixote llegó á la ciudad de Çaragoça, y de la estraña aventura que á la entrada della le sucedió con un hombre que llevaban açotando

Tan buena maña se dieron á caminar el buen don Quixote y Sancho, que á otro dia á las onze se hallaron una milla de Çaragoça. Toparon por el camino mucha gente de pie y de á caballo, la cual venia de las justas que en ella se habian hecho; que como don Quixote se detuvo en Ateca ocho dias curandose de sus palos, se hizieron sin que él las honrase con su presencia, como deseaba; de lo cual informado en el camino, de los pasageros, estaba como desesperado; y asi iba maldiziendo su fortuna por ello, y echaba la culpa al sabio encantador su contrario, diziendo que él habia hecho por donde las justas se hubiesen hecho con tanta presteça para quitarle la honra y gloria que en ellas era forçoso ganar, dando la vitoria, á él debida, á quien él maliciosamente favorecia. Con esto iba tan mohino y melancolico, que á nadie queria hablar por el camino, hasta tanto que llegó cerca de la Aljaferia, adonde, como se le llegasen por verle de cerca algunas personas con deseo de saber quien era y á que fin entraba armado de todas pieças en la ciudad, les dixo en voz alta: Dezidme, caballeros, ¿cuantos dias ha que se acabaron las justas que en esta ciudad se han hecho, en las cuales no he merecido poderme hallar? Cosa de que estoy tan desesperado cuanto descubre mi rostro; pero la causa ha sido el estar yo ocupado en cierta aventura y encuentro que con el furioso Roldan he tenido (¡nunca yo con él topara!), pero no seré yo Bernardo del Carpio, si ya que no tuve ventura de hallarme en ellas, no hiziere un público desafio á todos los caballeros que en esta ciudad se hallaren enamorados, de suerte que venga por él á cobrar la honra que no he podido ganar por no haberme hallado en tan celebres fiestas; y será mañana el dia dél; y ¡desdichado aquel que yo encontrare con mi lança ó arrebataren los filos de mi espada! que en él, por ellos, pienso quebrar la colera y enojo con que á esta ciudad vengo. Y si hay aqui alguno de vosotros, ó estan algunos en este vuestro fuerte castillo, que sean enamorados, yo los desafio y reto luego á la hora por cobardes y fementidos, y se lo haré confesar á vozes en este llano; y salga el Justicia que dizen hay en esta ciudad, con todos los jurados y caballeros de ella; que todos son follones y para poco, pues un solo caballep. 63ro los reta, y no salen como buenos caballeros á hazer batalla conmigo solo; y porque sé que son tales, que no tendran atrevimiento de aguardarme en el campo, me entro luego en la ciudad, donde fixaré mis carteles por todas sus plaças y cantones, pues de miedo de mi persona y de envidia de que no llevase el premio y honras de las justas, las han hecho con toda brevedad. Salid, salid, malandrines çaragoçanos; que yo vos faré confesar vuestra sandez y descortesia. Dezia esto volviendo y revolviendo acá y acullá su caballo, de suerte que todos los que le estaban mirando, siendo más de cincuenta los que se habian juntado á hazello, estaban maravillados y no sabian á que atribuirlo. Unos dezian: ¡Voto á tal, que este hombre se ha vuelto loco y que es lunatico! Otros: No, sino que es algun grandisimo bellaco; y á fe que si le coge la justicia, que se le ha de acordar para todos los dias de su vida. Mientras él andaba haziendo dar saltos á Rocinante, que quisiera más medio celemin de cebada, dixo Sancho á todos los que estaban hablando de su amo: Señores, no tienen que dezir de mi señor; porque es uno de los mejores caballeros que se hallan en todo mi lugar; y le he visto con estos ojos hazer tantas garreaciones en la Mancha y Sierra Morena, que si las hubiese de contar, seria menester la pluma del gigante Golias: ello es verdad que no todas vezes nos salian las aventuras como nosotros quisieramos; porque cuatro ó cinco vezes nos santiguaron las costillas con unas raxas; mas con su pan se lo coman; que á fe que tiene jurado mi señor que en topándolos otra vez, como les cojamos solos y dormidos, atados de pies y manos, que les hemos de quitar los pellejos y hazer dellos una adarga muy linda para mi amo. Començaron todos con esto á reir, y uno dellos le preguntó que de donde era, á lo cual respondió Sancho: Yo, señores, hablando con debido acatamiento de las barbas honradas, soy natural de mi lugar, que con perdon se llama Argamesilla de la Mancha. Por Dios, dixo otro, que entendia que vuestro lugar se llamaba otra cosa, segun hablastes de cortesmente al nombralle; pero ¿que lugar es la Argamesilla, que yo nunca le oido dezir? ¡Oh cuerpo de quien me comadreó al nacer! dixo Sancho: un lugar es harto mejor que esta Çaragoça: ello es verdad que no tiene tantas torres como esta; que no hay en mi lugar más de una sola; ni tiene esta tapia grande de tierra que la cerca al derredor; pero tiene las casas, ya que no son muchas, con lindísimos corrales, que caben en cada uno dos mil cabeças de ganado: tenemos un lindisimo herrero que aguza las rejas, que es para dar mil gracias á Dios. Ahora cuando salimos dél, trataban los alcaldes de enviar al Toboso que no le hay en mi lugar tenemos tambien una iglesia, que aunque es chica, tiene muy lindo altar mayor, y otro de nuestra señora del Rosario, con una Madre de Dios que tiene dos varas en alto, con un gran rosario alrededor, con los padres nuestros de oro, tan gordos como este puño: ello es verdad que no tenemos relox; pero á fe que ha jurado el Cura que el primer año santo que venga, tenemos de her unos riquísimos órganos. Con esto el buen Sancho queria irse adonde estaba su amo cercado de otra tanta gente; mas asiéndole uno del braço, le dixo: Amigo, dezidnos como se llama aquel caballero, para que sepamos su nombre.

Señores, para dezilles la verdad, dixo Sancho, él se llama don Quixote de la Mancha, y agora un año se llamaba el de la Triste Figura, cuando hizo penitencia en la Sierra Morena, como ya deben de saber por acá; y ahora se llama el Caballero Desamorado; yo me llamo Sancho Pança, su fiel escudero, hombre de bien, segun dizen los de mi pueblo, y mi muger se llama Mari-Gutierrez, tan buena y honrada, que puede con su persona dar satisfaccion á toda una comunidad. Con esto baxó del asno, dexando riendo á todos los que presentes estaban, y caminó para donde estaba su amo cercado de más de cien personas, y los más dellos caballeros que habian salido á tomar el fresco; y como habian visto tanta gente junta en corrillo, y un hombre armado en medio, llegaron con los caballos á ver lo que era: á los cuales, como viese don Quixote, les començó á dezir, puesto el cuento de la lança en tierra: Valerosos príncipes y caballeros griegos, cuyo nombre y cuya fama del uno hasta el otro polo, del Artico al Antartico, del oriente al poniente, del setentrion al mediodia, del blanco aleman hasta el adusto scita, está esparcida, floreciendo en vuestro grande imperio de Grecia no solamente aquel grande emperador Trebacio y don Belianis de Grecia, pero los dos valerosos y nunca vencidos hermanos el caballero del Febo y Rosicler; ya veis el porfiado cerco que sobre esta ciudad famosa de Troya por tantos años habemos tenido, y que en cuantas escaramuças habemos trabado con estos troyanos y Hector, mi contrario, á quien, siendo yo como soy Aquiles, vuestro capitan general, nunca he podido coger solo para pelear con él cuerpo á cuerpo y hazerle dar, á pesar de toda su fuerte ciudad, á Elena, con la cual se nos han alçado por fuerça. Conviene pues ¡oh valerosos heroes! que tomeis agora mi consejo (si es que dep. 65seais salgamos con cumplida vitoria destos troyanos, acabandolos todos á fuego y á sangre, sin que dellos se escape sino el piadoso Eneas, que por disposicion de los cielos, sacando del incendio á su padre Anquises en los hombros, ha de ir con cierta gente y naves á Cartago, y de alli á Italia á poblar aquella fertil provincia con toda aquella noble gente que llevará en su compañia), el cual es que hagamos un paladion ó un caballo grande de bronce, y que metamos en él todos los hombres armados que pudieremos, y le dexemos en este campo con solo Sinon, á quien los más conoceis, atado de pies y manos, y que nosotros finjamos retirarnos del cerco, para que ellos, saliendo de la ciudad, informados de Sinon y engañados por él con sus fingidas lágrimas, á persuasion suya metan dentro della nuestro gran caballo á fin de sacrificarle á sus dioses; que lo haran sin duda rompiendo para su entrada un lienzo de la muralla; y despues que todos se sosieguen, seguros saldran á la media noche de su preñado vientre los caballeros armados que estaran en él, y pegarán fuego á su salvo á toda la ciudad, acudiendo despues nosotros de improviso, como acudiremos, á aumentar su fiero incendio, levantando los gritos al cielo al compas de las llamas, que se cebarán en torres, chapiteles, almenas y balcones diziendo:

«Fuego suena, fuego suena; que se nos alza Troya con Elena.» Y con esto dió de espuelas á Rocinante, dexandolos á todos maravillados de su estraña locura. Sancho tambien començó á arrear su asno, y fuese tras su amo, el cual, en entrando por la puerta del Portillo, començó á detener su rocin é ir la calle adelante muy poco á poco, mirando las calles y ventanas con mucha pausa. Iba Sancho detras dél con el asno del cabestro, aguardando ver en que meson paraba su amo, porque Rocinante á cada tablilla de meson que veia, se paraba y no queria pasar; pero don Quixote lo espoleaba hasta que á pesar suyo le hazia ir adelante, lo cual sentia Sancho á par de muerte, porque rabiaba de cansancio y de hambre. Sucedio pues, que yendo don Quixote la calle adelante, dando harto que dezir á toda la gente que le veia ir de aquella manera, traia la justicia por ella á un hombre caballero en un asno, desnudo de la cintura arriba, con una soga al cuello, dandole docientos açotes por ladron, al cual acompañaban tres ó cuatro alguaciles y escribanos, con más de docientos muchachos detras. Visto este espectaculo por nuestro caballero, deteniendo á Rocinante y puesto en mitad de la calle con gentil continente, la lança baxa, començó á dezir en alta voz desta manera:

¡Oh vosotros, infames y atrevidos caballeros, indignos deste nomp. 66bre! dexad luego al punto libre, sano y salvo á este caballero que injustamente con traicion habeis prendido, usando, como villanos, inauditas estratagemas y enredos para cogerle descuidado; porque él estaba durmiendo cerca de una clara fuente, á la sombra de unos frondosos alisos, por el dolor que le debia de causar el ausencia ó el rigor de su dama; y vosotros, follones y malandrines, le quitastes sin hazer rumor su caballo, espada y lança y las demas armas, y le habeis desnudado sus preciosas vestiduras, llevandole atado de pies y manos á vuestro fuerte castillo, para metelle con los demas caballeros y princesas que alli sin razon teneis en vuestras tan oscuras cuanto humedas mazmorras: por tanto, dadle luego aqui sus armas, y suba en su poderoso caballo; que él es tal por su persona, que en breve espacio dara cuenta de vuestra vil canalla gigantea: soltadle, soltadle presto, bellacos, ó venios todos juntos, como es vuestra costumbre, para mí solo; que yo os daré á entender á vosotros y á quien con él os envia, que todos sois infames y vil canalla. Los que llevaban el açotado, que semejantes razones oyeron dezir á un hombre armado con espada y lança, no supieron que le responder; pero un escribano de los que iban á caballo, viendo que estaban detenidos en medio de la calle, y que aquel hombre no dexaba pasar adelante la execucion de la justicia, dando de espuelas al rocin en que iba, se llegó á don Quixote, y asiendo de la rienda á Rocinante, le dixo: ¿Que diablos dezis, hombre de Satanas? Tiraos afuera: ¿estais loco? ¡Oh santo Dios, y quien pudiera pintar la encendida colera que del coraçon de nuestro caballero se apoderó en este punto! El cual, haziendose un poco atras, arremetió con su lançon para el pobre del escribano, de suerte que si no se dexara caer por las ancas del rocin, sin duda le escondiera don Quixote en el estomago el hierro mohoso del lançon: mas esto fue causa de que nuestro caballero errase el golpe. Los alguaciles y demas ministros de justicia que alli venian, viendo un caso tan no pensado, sospechando que aquel hombre era pariente del que iban açotando, y que se les queria quitar por fuerça, començaron á gritar: ¡Favor á la justicia, favor á la justicia! La gente que alli se halló, que no era poca, y algunos de á caballo que al rumor llegaron, procuraban con toda instancia de ayudar á la justicia y prender á don Quixote, el cual, viendo toda aquella gente sobre si con las espadas desnudas, començó á dezir á grandes vozes: ¡Guerra, guerra, á ellos, Santiago, san Dionis, cierra, cierra, mueran! Y arrojó tras las vozes la lança á un alguacil con tal fuerça, que si no le acertara á pasar porp. 67 debaxo del braço izquierdo, lo pasara harto mal: soltó luego la adarga en tierra, y metiendo mano á la espada, de tal manera la revolvia entre todos con tanta braveza y colera, que si el caballo le ayudara, que á duras penas se queria mover, segun estaba cansado y muerto de hambre, pudiera ser no pasarlo tan mal como lo pasó. Pero como la gente era mucha, y la grita que todos daban siempre de ¡favor á la justicia! allegase siempre más, las espadas que sobre don Quixote caian eran infinitas: con lo cual y con la pereça de Rocinante, junto con el cansancio con que nuestro caballero andaba, pudieron todos en breve rato ganarle la espada, y quitandosela de la mano, le abaxaron de Rocinante, y á pesar suyo se las ataron ambas atras, y agarrandole cinco ó seis corchetes, le llevaron á empellones á la carcel: el cual, viendose llevar de aquella manera, daba vozes, diziendo: ¡Oh sabio Alquife! ¡Oh mi Urganda astuta! ahora es tiempo que mostreis contra este falso hechicero si sois verdaderos amigos. Y con esto hazia toda resistencia que podia para soltarse; pero era en vano. El açotado prosiguió adelante su procesion; y á nuestro caballero, por las mismas calles que él la habia empeçado, le llevaron á la carcel y le metieron los pies en un cepo, con unas esposas en las manos, habiendole primero quitado todas sus armas. En esto, llegando un hijo del carcelero cerca dél para dezir á un corchete que le echase una cadena al cuerpo, oyendolo, alçó en alto las manos con las esposas, y le dió con ellas al pobre moço tan terrible golpe sobre la cabeça, que no valiendole el sombrero, que era nuevo, le hizo una muy buena herida; y segundara con otra, si el padre del moço, que estaba presente, no levantara el puño y le diera media dozena de moxicones en la cara, haziendole saltar la sangre por las narizes y boca, dexando con esto al pobre caballero, que aun no se podia limpiar, hecho un retablo de duelos. Las cosas que dezia y hazia en el cepo, no habra historiador, por diligente que sea, que baste á contarlas. El bueno de Sancho, que se habia hallado presente á todo lo pasado con su asno del cabestro, como vió llevar á su amo de aquella manera, començó á llorar amargamente, prosiguiendo el camino por donde le llevaban, sin dezir que era su criado: maldezia su fortuna y la hora en que á don Quixote habia conocido, diziendo: ¡Oh, reniego de quien mal me quiere y de quien no se duele de mí en tan triste trance! ¿Quien demonios me mandó á mí volver con este hombre, habiendo pasado la otra vez tantos desafortunios, siendo ya apaleado, ya amanteado, y puesto otras vezes á peligro de que si mep. cogiera la Santa Hermandad me pusiera en cuatro caminos para que despues no pudiera ser rey ni Roque?

¿Que haré, ¡pobre de mí! que estoy por irme desesperado por esos mundos y por esas Indias, y meterme por esos mares, entre montes y valles, comiendo aves del cielo y alimañas de la tierra, haziendo grandisima penitencia y tornandome otro fray Juan Guarismas, andando á gachas como un oso selvatico hasta tanto que un niño de sesenta años me diga: Levantate, Sancho; que ya don Quixote esta fuera de la carcel? Con estas endechas y mesandose las espesas barbas, llegó á la puerta de la carcel, en que vió meter á su amo, y él se quedó arrimado á una pared con su asno del cabestro hasta ver en que paraba el negocio. Lloraba de rato en rato, particularmente cuando oia dezian los que baxaban de la cárcel á cuantos pasaban por delante della, como ya querian sacar á açotar al hombre armado; de quien unos dezian que merecia la horca por su atrevimiento, otros le condenaban solo, movidos de más piedad, á docientos y galeras por el breve rato que con su buena platica detuvo la execucion de la justicia. Otros dezian: No quisiera yo estar en su pellejo, aunque ponga por excusa de su insolencia que estaba borracho ó loco. Todo esto sentia Sancho á par de muerte; pero callaba como un santo. Sucedió pues que los dos alguaciles, el carcelero y su hijo se fueron juntos á la justicia, ante quien acriminaron de suerte el caso, que el Justicia mandó que luego en fragante, sin más informacion, le sacasen á la vergüença por las calles, y le volviesen despues otra vez á la carcel hasta saber juridicamente la verdad del delicto. Cuando los alguaciles venian de vuelta á executar la dicha repentina sentencia, acababa de volver el açotado en su asno á la puerta de la carcel, con el acompañamiento de muchachos que los tales suelen; y al punto que le vió uno de los alguaciles, dixo, á vista de Sancho, al verdugo: Ea, baxad ese hombre, y no volvais el asno; porque en él habeis de subir luego á pasear por las mismas calles aquel medio loco que ha pretendido estorbar la justicia; que esto manda la mayor de la ciudad se le dé luego como por principio de las galeras y açotes que se le esperan. Infinita fue la tristeza que en el coraçon del pobre Sancho entró cuando oyó semejantes palabras al alguacil, y más cuando vió que todo se aparejaba para sacar á la vergüença á su amo, y que toda aquella gente estaba á la puerta de la carcel diziendo: Bien se merece el pobre caballero armado los açotes que le esperan, pues fue tan necio que metió mano sin para qué contra la justicia; y sinp. 69 eso, en la misma carcel ha descalabrado al hijo del carcelero. Estas y otras semejantes razones tenian á Sancho hecho loco y sin saber qué hazer ni dezir; y asi no hazia otra cosa sino escuchar aqui y preguntar alli; pero en todas partes oia malas nuevas de las cosas de su amo, al cual començaban ya de hecho á desherrar del cepo para sacarle á la vergüença.

CAPITULO IX

De como don Quixote, por una estraña aventura, fué libre de la carcel y de la vergüença á que estaba condenado

Estando el pobre de Sancho llorando lagrimas vivas, y esperando, hecho ojos, cuando habia de ver á su señor desnudo de medio arriba y caballero en su asno para darle los docientos açotes que habia oido le habian de dar de presente, pasaron siete ó ocho caballeros de los principales de la ciudad por alli á caballo, y como vieron tanta gente á la puerta de la carcel á hora tan extraordinaria, pues eran más de las cuatro, preguntaron la ocasion de la junta, y un mancebo les contó lo que aquel hombre armado que dezian habian de baxar para açotarle por las calles, habia hecho y dicho dentro y fuera de la ciudad y en la carcel, y como habia querido quitar un açotado á la justicia en medio de la calle; de lo cual se maravillaron, y mucho más cuando supieron que no habia hombre ni muger en toda la ciudad que le conociese. Tras este llegó otro y les dixo todo lo que antes de entrar en la ciudad habia dicho á una tropa de caballeros, los cuales alli nombró, con lo cual rieron mucho; pero maravillandose de que no hubiese persona que les dixese á que proposito iba armado con adarga y lança. Estando en esto, quiso la suerte que Sancho se llegase á escuchar lo que alli se dezia de su amo; y mirando bien á los caballeros, conoció entre ellos á don Alvaro Tarfe, el cual, aunque habia seis dias que las justas se habian hecho, él no se habia ido, por aguardar una sortija que unos caballeros de la ciudad de los mas principales y él tenian ordenada para el domingo siguiente. Soltó Sancho el asno del cabestro en viendole, y puesto de rodillas en mitad de la calle, delante de los caballeros, con su caperuça en la mano, llorando amargamente, començó á dezir: ¡Ah señor don Alvaro Tarfe! Por los evangelios del señor san Lucas, que v. m. tenga compasion de mí y de mi señor don Quixote, el cual está en esta carcel y le quieren sacar á açotar cuando menos, si el señor san Anton y v. m.p. no lo remedian; porque dizen que ha hecho aqui á la justicia no sé que sin justicia y desaguisado, y por ello le quieren echar á galeras por treinta ó cuarenta años. Don Alvaro Tarfe luego conoció á Sancho Pança, y sospechó todo lo que podia ser; y asi, maravillado de verle, le dixo:

¡Oh Sancho! ¿que es esto? ¿Que vuestro señor es para quien se apareja todo este carruage? Pero de su locura y vana fantasia y de vuestra necedad todo se puede presumir; pero no lo acabo de creer, aunque me lo afirmais con los extremos con que me lo habeis representado. El es, señor, ¡pecador de mí! dixo Sancho: entre v. m. allá, y hagale una visita de mi parte, diziendo que le beso las manos, y que le advierto que si le han de sacar en aquel asnillo que metieron ahora, que de ninguna manera suba en él, porque yo le tengo aparejado aqui el rucio, en que podrá ir como un patriarca; el cual, como ya sabe, anda llano, de tal manera que el que va encima puede llevar una taza de vino en la mano, vacia, sin que se le derrame gota. Don Alvaro Tarfe, riendose de lo que el simple de Sancho le habia dicho, le mandó que no se fuese de alli hasta que él volviese á salir; y hablando con dos caballeros de aquellos, se entró con ellos en la carcel, donde hallaron al buen hidalgo don Quixote, que le estaban desherrando para sacarle á la vergüença; al cual como vió don Alvaro tan mal parado, llena de sangre la cara y manos, y con unas esposas en ellas, le dixo: ¿Que es esto, señor Quijada? ¿Y que aventura ó desventura ha sido la presente? ¿Parecele á v. m. que es ahora bueno tener amigos en la corte? Pues yo lo seré esta vez tal de v. m., como verá por la experiencia. Pero digame, ¿que desgracia ha sido esta? Don Quixote le miró en la cara, y luego le conoció; y con una risa grave le dixo: ¡Oh mi señor don Alvaro Tarfe! V. m. sea bien venido. Maravillome en extremo de la estraña aventura que v. m. ha acabado: digame luego por Dios de que suerte ha entrado en este inexpugnable castillo, adonde yo por arte de encantamiento he sido preso con todos estos principes, caballeros, donzellas y escuderos que en estas duras prisiones hemos estado tan largo tiempo; de que manera ha muerto los dos fieros gigantes que á la puerta estan, levantados los braços, con dos maças de fino acero, para estorbar la entrada á los que á pesar suyo quisieren entrar dentro; como ó de que suerte mató aquel ferocisimo grifo que en el primer patio del castillo está, el cual con sus rapantes garras coge un hombre armado de todas pieças, y le sube á los vientos, y alli le despedaza. Envidia tengo, sin duda, á tan soberana hazaña, p. 71 pues por manos de v. m. todos seremos libres. Ese sabio encantador mi contrario será cruelisimamente muerto, y la maga su muger, que tantos males ha causado en el mundo, ha de ser luego sin misericordia açotada con publica vergüença. Sacaranle á ella á v. m., dixo don Alvaro, sin duda, si su buena fortuna ó por mejor dezir, Dios que dispone todas las cosas con suavidad, no hubiera ordenado mi venida; pero, como quiera que sea, yo he muerto todos esos gigantes que dize, y dado la libertad deseada á esos caballeros que le acompañan; pero conviene por agora, pues yo he sido su libertador, que v. m., obedeciendome, como lo pide el agradecimiento que me debe, se esté solo aqui en esta sala con esas esposas en las manos hasta que yo ordene lo contrario; que asi importa para el buen remate de mi feliz aventura.

Mi señor don Alvaro, dixo don Quixote, será v. m. obedecido en eso puntualmente; y quiero, por hazer algun nuevo servicio á v. m., permitirle que de aqui adelante se acompañe conmigo, cosa que jamas pensé hazer con caballero del mundo; pero quien ha dado cabo y cima á una tan peligrosa hazaña como esta, justamente merece mi amistad y compañia, porque vaya viendo en mí, como en un espejo, lo que por todos los reinos del mundo, insulas y peninsulas he hecho y pienso hazer hasta ganar el grandisimo imperio de Trapisonda, y ser casado alli con una hermosa reina de Inglaterra, y tener en ella dos hijos, habidos por muchas lagrimas, promesas y oraciones: el primero de los cuales, porque nacerá con una señal de una espada de fuego en los pechos, se llamará el de la Ardiente Espada; el otro, porque en el lado derecho tendrá otra señal parda de color de acero, significadora de las terribles maçadas que ha de dar en este mundo, se llamará Mazimbruno de Trapisonda. Dieron todos una gran risada, mas don Alvaro Tarfe, disimulando, los mandó salir á todos fuera, y rogó á uno de los dos caballeros que con él habian entrado, se quedase alli para que ninguno hiziese mal á don Quixote, mientras el con el otro, que era deudo muy cercano del Justicia mayor, iban á negociar su libertad, pues seria cosa facil el alcançarsela, constando tan publicamente á todos de su locura. En salir de la carcel subieron en sus caballos, y dixo don Alvaro á un paje suyo que llevase á Sancho Pança, pues ya le conocia, á su casa, y le diese luego en ella muy bien de comer, sin permitirle saliese della un punto hasta su vuelta. Replicó Sancho á vozes: Mi señor don Alvaro, advierta v. m. que mi rucio está tan melancolico por no ver á Rocinante, su buen amigo y fiel compañero, como yo por no ver ya por esas callesp á mi señor don Quixote; y asi v. m. pida cuenta á los fariseos que prendieron á mi amo, de dicho noble Rocinante; porque ellos se lo llevaron, sin que el pobre en la pendencia hubiese dicho á ninguno ninguna mala palabra; y sepa v. m. tambien nuevas, que ellos se las daran, de la insigne lança y preciosa adarga de mi señor; que á fe que nos costó treze reales de hazerla pintar toda al olio á un pintor viejo que tenia una gran barriga en las espaldas, y vivia en no se que calle de las de Ariza; que mi amo me daria á la landre si no le diese cuenta dello. Andad, Sancho, dixo don Alvaro: comed y reposad, y descuidad de lo demas, que todo tendrá buen recado. Fuese Sancho con el paje, tirando del cabestro á su jumento poco á poco; y llegados á casa, le pusieron en la caballeriza con bastante comida, y á Sancho se la dieron tan buena en cantidad cuanto él la dió graciosa con mil simplicidades á los pajes y gente de casa, á todos los cuales contó cuanto por el camino les habia sucedido á él y á su amo, asi con el ventero como con el melonero, y en Ateca: lo cual todo refirieron ellos despues á don Alvaro, que á estas horas estaba con el otro caballero, informado al Justicia mayor de lo que era don Quixote, y de cuanto le habia sucedido, asi con el açotado, como con el carcelero y con ellos en la carcel. El Justicia mandó luego con mucho gusto á un portero fuese á la carcel y mandase de su parte, asi al carcelero como á los alguaciles, entregasen aquel preso libre y sin costas, con el caballo y todo lo demas que le habian quitado, al señor don Alvaro Tarfe; lo cual todo fue hecho asi. Llegó don Alvaro á la carcel, á la que volvian á armar á don Quixote, ya libre de las prisiones; y á la que le entregaron la adarga, rieron mucho cuando la vieron con la letra del Caballero Desamorado y figuras de Cupido y damas; y aguardando que anocheciese para que no fuese visto, le hizo llevar á su posada con un paje, á caballo en Rocinante. Cenaron en ella con él los caballeros amigos de don Alvaro con mucho gusto, haziendo dezir á Sancho Pança sobre cena todo lo que por el camino les habia sucedido; y cuando Sancho dixo que habia burlado á su amo en no haber querido dar á la gallega los docientos ducados, sino solo cuatro cuartos, se metió don Quixote en colera diziendo: ¡Oh infame vil y de vil casta! Bien parece que no eres caballero noble, pues á una princesa como aquella, á quien tan injustamente hazes moça de venta, diste cuatro cuartos: yo juro por el orden de caballeria que recebí, que la primera provincia, insula ó peninsula que gane, ha de ser suya á pesar tuyo y de cuantos villanos como tú hay en elp mundo. Maravillaronse todos aquellos caballeros de la colera de don Quixote; y Sancho, viendo enojado á su amo, le respondió: ¡Oh pesia á los viejos de Santa Susana! ¿Y no conocia v. m. en la filomia y andrajos de aquella moça, que no era infanta ni almiranta? Y más, que le juro á v. m. que si no fuera por mí, se la llevara un mercadante de trapos viejos para her della papel de estraza, y la muy sucia no me lo agradece agora; pues á fe que si no fuera porque le tuve miedo, que la hubiera hecho á moxicones que se acordara de Sancho Pança, flor de cuantos escuderos andantes ha habido en el mundo; pero vaya en hora buena; que si una vez me dió una bofetada y dos cozes en estas espaldas, buen pedazo de queso le comí que tenia escondido en el vasar. Levantose don Alvaro riendo de lo que Sancho Pança habia dicho, y con él los demas; y dió orden que llevasen á don Quixote á un buen aposento, donde le hizieron una honrada cama, en la cual estuvo reposando y rehaziendose dos ó tres dias, y á Sancho se le llevaron los pajes á su cuarto; con el cual tuvieron donosisima conversacion.

CAPITULO X

Como don Alvaro Tarfe convidó ciertos amigos suyos á comer para dar con ellos orden que libreas habian de sacar en la sortija.

Venida la mañana, entró don Alvaro Tarfe en el aposento de don Quixote, y sentandose junto á su cama en una silla, le dixo: ¿Como le va á v. m., mi señor don Quixote, flor de la caballeria manchega, en esta tierra? ¿Hay alguna aventura de nuevo en que los amigos podamos ayudar á v. m.? Porque en este reino de Aragon se ofrecen muchas y muy peligrosas cada dia á los caballeros andantes; y en los dias pasados, en las justas que aqui se hizieron, vinieron de diversas provincias muchos y muy membrudos gigantes y descomunales jayanes, y hubo aqui algunos caballeros á quien dieron bien en que entender; y solo faltó que v. m. se hallase aqui para que diera á semejante gente el castigo que por sus malas obras merecen; pero ya podrá ser que v. m. los tope por el mundo, y les haga pagar lo de antaño y lo de hogaño. Mi señor don Alvaro, respondió don Quixote, yo estoy y he estado con grandisima pena por no haberme hallado en esas reales justas; pues si en ellas me hallara, creo que ni esos gigantazos se fueran riendo, ni algunos de los caballeros llevaran las preciosas joyas que á falta mia llevaron; pero yo sospecho que nondum sunt completa peccap. ta Amorreorum: quiero dezir, que no debe de ser cumplido aun el numero de sus pecados, y que Dios querrá que cuando lo sea, yo los castigue. Pues, señor don Quixote, dixo don Alvaro, v. m. ha de saber que para despues de mañana, que es domingo, tenemos concertada una famosa sortija entre los caballeros desta ciudad y yo, en la cual ha de haber muy ricas joyas y premios de importancia. Han de ser jueces délla los mismos que lo fueron de las justas, que son tres caballeros de los más principales deste reino, un titular y dos de encomienda. Asistiran tambien á ellas muchas y muy hermosas infantas, princesas y camareras de peregrina belleza, volviendo en cielo las ventanas y balcones de la famosa calle del Coso, adonde podrá v. m. hallar á manos llenas dos mil aventuras.

Todos habemos de salir en ella de librea, echando al entrar de la calle sus motes volantes ó escritos en las tarjetas de los escudos, que contengan dichos de risa y de pasatiempo: si v. m. se dispone y esfuerça para entrar en ella, yo me ofrezco de acompañarle y darle librea, para que quede con su lado participante de su buena fortuna, y para que entienda esta ciudad y reino que tengo un amigo tal y tan buen caballero, que basta por sí solo á ganar todos los precios de la sortija. Yo soy dello muy contento, dixo don Quixote sentandose en la cama, solo porque v. m. vea por vista de ojos las cosas que ha oido de mi esfuerço; que aunque es verdad, como dize el refran latino, que la alabança pierde, dicha por la boca del sugeto á quien se encamina, con todo, puedo y quiero dezir de mí lo que digo, por ser tan publico. Yo lo creo asi, dixo don Alvaro; pero v. m. se esté quedo en la cama y repose, para que lo haga con más comodidad. Aqui delante della pondremos la mesa, y comeremos yo y algunos caballeros de mi cuadrilla, y sobre mesa trataremos de lo que se ha de hazer, guiandonos todos en todo por el discreto voto de quien tanta experiencia tiene de semejantes juegos, como v. m. Fuese don Alvaro, y quedó el buen hidalgo con la fantasia llena de quimeras; y sin poder reposar, se levantó y començó á vestirse, imaginando ahincadamente en su negra sortija; y con la vehemente imaginacion se quedó mirando al suelo sin pestañear, con las bragas á medio poner; y de alli á un buen rato arremetió con el braço muy derecho hazia la pared, dando una carrera y diziendo: De la primera vez he llevado el anillo metido en la lança; y asi, vuesas excelencias, rectisimos jueces, me manden dar el mejor premio, pues de justicia se me debe, á pesar de la invidia de los circunstantes aventureros y miradores.

A la voz grande que dió, subieron un paje y Sancho Pança; y entrando dentro del aposento, hallaron á don Quixote, las bragas caidas, hablando con los jueces, mirando al techo; y como la camisa era un poco corta por delante, no dexaba de descubrir alguna fealdad: lo cual visto por Sancho Pança, le dixo: Cubra, señor Desamorado, ¡pecador de mí! el etcetera; que aqui no hay jueces que le pretendan echar otra vez preso, ni dar docientos açotes, ni sacar á la vergüença, aunque harto saca v. m. á ella las suyas sin para que; que bien puede estar seguro. Volvió la cabeça don Quixote, y alçando las bragas de espaldas para ponerselas, baxose un poco y descubrió de la trasera lo que de la delantera habia descubierto y algo más asqueroso. Sancho, que lo vió, le dixo: Pesia á mi sayo: Señor, ¿que haze? que peor está que estaba: eso es querer saludarnos con todas las inmundicias que Dios le ha dado. Riose mucho el paje; y don Quixote, componiendose lo mejor que pudo, se volvió á él diziendo: Digo que soy muy contento, señor caballero, que la vuestra batalla se haga de la suerte que á vos os parece, sea á pie ó sea á caballo, con armas ó sin ellas; que á todo me hallareis dispuesto; que aunque estoy seguro de la vitoria, con todo, me huelgo en extremo de hazer batalla con un tan nombrado caballero y delante de tanta gente, que veran por vista de ojos el valor de persona tan desamorada como yo soy. Señor caballero, respondió el paje, aqui no hay alguno que pretenda hazer batalla con v. m.; y si alguna habemos de hazer, ha de ser de aqui á dos horas con un gentil pavo que está aguardandonos para ser nuestro convidado á la mesa. Ese caballero, replicó don Quixote, que llamais pavo, ¿es natural deste reino, ó extrangero? Porque no querria por todas las cosas del mundo que fuese pariente ni paniaguado del señor don Alvaro. Oyendo esto, salió de través Sancho, diziendo: Por vida del soguero que hizo el lazo con que se ahorcó Judas, que no lo entiende v. m. con todos sus libros que ha leido y latines ó letanias que ha estudiado: baxe acá abaxo, y verá la cocina llena de asadores, con dos ó tres ollas como medias tinajillas de las que usamos en el Toboso, tanto pastel en bote, pelota de carne y empanadas, que parece toda ella un paraiso terrenal; y aun á fe que si me pidiese un poco de saliva en ayunas, que no se la podria dar; que tengo en el cuerpo tres de malvasia, que llaman en esta tierra, y á fe con razon, porque está mal la taza cuando está vacia della; y es mejor que el de Yepes, que v. m. tambien conoce; y este señor, porque el beber no me hiziese mal, me dió un panecillo blanco de casi dos libras y media; y dos pescuezos el cocip nero coxo, que no sé si eran de avestruzes; y si serian, porque yo me comia las manos tras ellos; con todo lo cual en un instante hize la cama á la bebida y refocilé el estomago. Estas me parecen á mi, señor, que son las verdaderas aventuras, pues las topo yo en la cocina, dispensa y boticaria, ó como la llaman, muy á mi gusto; y le perdonaria á v. m. el salario que me da cada mes, si nos quedasemos aqui sin andar buscando meloneros que nos santigüen el espinazo; y creame v. m. que esto es lo más acertado; que alli está el cocinero coxo que me adora, y todas las vezes que entro á velle, que no son pocas, me hinche un gran plato de carne friatica, que en her asi, me la espeto como quien se sorbe un huevo; y él no haze sino reir de ver la gracia y liberalidad con que como, que es para dar mil gracias á Dios.

Ello es verdad que anoche uno destos señores pajes ó pajaros, ó que son, me dixo que sorbiese una escudilla de caldo que traia en la mano, porque me daria la vida, despues de Dios; y yo, no cayendo en la bellaqueria, la agarré con ambas manos, y por helle servicio, dí tres ó cuatro sorbiscones, que no debiera, porque el grandisimo… (y tengaselo por dicho) del paje, habia puesto la escudilla sobre las brasas, de manera que me iba zorriando por el estomago abaxo, y me hizo saltar de los ojos otro tanto caldo como el que sorbí; y el cocinero y él y este señorete se reían que se desquixaraban; mas á fe que no me burlen otra vez de aquella manera; porque, como quedé escarmentado, denantes me dió el cocinero una gentil rebanada de melon, y la tenté poco á poco por ver si estaba abrasando. ¡Oh gran bestia! dixo don Quixote: ¿y la rebanada habia de abrasar? Por ahi se echa de ver que eres goloso, y que no es tu principal intento buscar la verdadera honra de los caballeros andantes; sino, como Epicuro, henchir la pança. Hago en eso como quien soy, dixo Sancho. Estando en esto, sintieron que venia á comer don Alvaro con cinco ó seis caballeros principales, de los que habian de salir á la sortija, á los cuales habia convidado para dar orden en las libreas que cada una habia de sacar en ella, y para que gustasen de don Quixote como de unica pieça; y asi se subieron derechos á su aposento, y hallandole medio vestido y con la figura que queda dicho, rieron mucho; pero riñole don Alvaro porque se habia levantado contra su orden, y mandole se volviese á acostar luego, porque no comerian de otra suerte. Hizolo á puras porfias, tras lo cual se puso la mesa y traxo la comida, llamandole siempre todos ellos soberano principe á don Quixote. Pasaron en el discurso della graciosos cuentos, haziendole todos estrañas preguntas de sus aventuras, á las cuales respondia él con mucha gravedad y reposo, olvidándose muchas vezes de comer por contar lo que pensaba hazer en Constantinopla y Trapisonda, ya con tal infanta, y ya con tal gigante, diziendo unos nombres tan extraordinarios, que con cada uno de ellos daban mil arqueadas de risa los convidados; y si no fuera por don Alvaro, que volvia siempre por don Quixote, abonando sus cosas con discreto artificio y disimulacion, algunas vezes se enojara muy de veras. Con todo, les dezia que no era de valientes caballeros reirse sin proposito de las cosas que cada dia suceden á los caballeros andantes, cual él era; y don Alvaro les dixo: Bien parece, señores, que vs. ms. son noveles y que no conocen el valor del señor don Quixote de la Mancha como yo; pues si no saben quien es, pregúntenselo á aquellos caballeros que llevaban açotando por las calles el otro dia á aquel soldado; que ellos diran lo que hizo y dixo en su presencia y en defensa del açotado, á fin de deshazer el tuerto que le hazian, como verdadero caballero andante. Acabose en estas platicas la comida, y alçaronse las mesas, y començaron á tratar de las libreas que cada uno tenia para la sortija, y las cifras y motes que habian de llevar. Despues dixo el uno: Y el señor don Quixote ¿que librea ha de sacar? No dexemos al mejor jugador sin cartas; porque á mí me parece que la saque de verde, de color de alcacel, que es esperança, pues él la tiene de alcançar y ganar todos los premios de la sortija. Otro dixo que no, sino, pues se llamaba el Caballero Desamorado, saliese de morado, con algun mote con que picase á las damas. Antes por ser desamorado, dixo otro caballero, ha de llevar la librea blanca en señal de su gran castidad; que no es poco un caballero de tantas prendas estar sin amor, si ya no es que dexe de amar por no haber en el mundo quien le merezca.

El ultimo caballero replicó diziendo: Pues mi voto, señores, es que, pues el señor don Quixote es hombre que ha muerto y mata tantos gigantes y jayanes, haziendo viudas á sus mugeres, que salga con librea negra; que asi dará á entender á todos los que con él pretendieren entrar en batalla, que han de tener negra la ventura. Ahora sus, dixo don Alvaro, que con licencia de vs. ms. tengo de dar mi parecer, y ha de ser singular, como lo es el señor don Quixote; y asi me parece que su merced no saque librea alguna; antes, como verdadero caballero andante, es bien salga en la plaça armado de todas pieças y armas; y porque sean proprias las que sacare, le hago donacion de las que trae, que son las famosas de Milan que en el Argamesillap le dexé en guarda, pues solo estan honradas en su poder, como en el mio ociosas; y porque estan algo deslustradas del polvo del camino y de la sangre que ha derramado de diversos gigantes en diferentes batallas, daré orden se le limpien y acicalen para que salga más lucido. Por empresa bastale la que trae en el campo de su adarga; que pues nadie la ha visto en Çaragoça, y desde Ariza, donde la pintó, hasta aqui la ha traido cubierta de un cendal todo el camino porque no se le deslustrase, nueva será y bien mirada, sirviendole de arma el lançon proprio, que llevará; siendo ella, su gallardo talle y la ligereza del famoso Rocinante señas bastantes para que por ellas entiendan todos que su merced es el ilustre caballero andante que el otro dia volvió publicamente por la honra de aquel honrado açotado, y quien ha hecho las aventuras del melonero, con las demas que muchos ignoran. Dixeron todos que era muy acertado lo que el señor don Alvaro habia pensado; y á don Quixote le pareció de perlas; y asi dixo: Lo que el señor don Alvaro ha dicho es verdaderamente lo que importa; porque suele suceder en semejantes fiestas venir algun famoso gigante ó descomunal jayan rey de alguna isla estrangera, y hazer algunos descomedidos desafios contra la honra del rey ó principes de la ciudad; y para abatir semejante soberbia, es bien que yo esté armado de todas pieças y armas; y beso al señor don Alvaro mil vezes las manos por la liberalidad con que me haze merced de las que venia á restituille en esta ocasion y tierra; pero yo aseguro que con ellas haga que el traidor alevoso de cierto gigantazo que va haziendo grandes desaguisados por el mundo, no se alabe que en este famoso reino de Aragon no hay quien se atreva á hazer singular batalla con él. Y saltando en un brinco de la cama con una repentina y no pensada furia, se salió del aposento y cama á la sala, con su camisa corta como estaba, y metió mano á la espada, que tenia en el mismo aposento, y començó á dezir á vozes, sin que los circunstantes tuviesen tiempo de reconocerse ni detenerle: Pero aqui estoy yo, ¡oh soberbio gigante! contra quien no valen arrogantes palabras ni valerosas obras; — y dando seis ó siete cuchilladas en los tapices que estaban colgados por las paredes, dezia: ¡Oh pobre rey, si lo eres! llegado es el tiempo en que Dios está ya cansado de tus malas obras. Los caballeros y don Alvaro, que semejante accidente vieron, se levantaron y retiraron todos á una parte, pensando que don Quixote daria tambien tras ellos, y los tendria por jayanes de allá de allende la insula Maleandritica. Con todo, don Alvaro le asió del braço, con notablep. 79 pasion de reir él y los demas, de ver la infernal vision del manchego, diziendo: Ea, flor de la caballeria de la Mancha, meta v. m. la espada en la vaina, y vuelvase á acostar; que el gigante ha huido por la escalera abaxo, y no ha osado aguardar los filos de su cortadora espada. Asi lo creo yo, dixo don Quixote; que estos y otros semejantes más temen de vozes y palabras á vezes, que de obras; yo por amor de v. m. no le he querido seguir; pero viva; que para mayor mal suyo será. Pero yo fio que él se guarde de encontrar otra vez conmigo. Quedó con esto, como estaba tan flaco y debilitado, hijadeando de suerte, que no le alcançaba una respiracion á otra; y dexandole puesto en la cama, con orden de que no se moviese della hasta el dia de la sortija, mandó don Alvaro subir á Sancho para que le hiziese compañia; y el con los demas caballeros se despidieron dél, diziendo iban á ver á los otros sus amigos granadinos en la posada de cierto caballero principal, donde posaban, para saber dellos como pensaban salir á la sortija; á lo cual fueron de hecho, y á dar parte á mucha gente principal y de humor del extraordinario que gastaba don Quixote, y de lo que con él pensaban holgarse y dar que reir á toda la plaça el dia de la sortija.

CAPITULO XI

De como don Alvaro Tarfe y otros caballeros çaragoçanos y granadinos jugaron la sortija en la calle del Coso, y de lo que en ella sucedió á don Quixote

Tres dias estuvo violentado en la cama, á puros ruegos y guardas, don Quixote, pues tenia siempre como tales á Sancho Pança y algunos pajes de don Alvaro y dos caballeros amigos suyos, asi granadinos como de los naturales de Çaragoça, con los cuales pasaron historias donosisimas; porque por momentos se le representaba salia á la sortija, disputaba con los jueces, reñia con gigantes forasteros, y otros cien mil dislates; porque estaba rematadamente loco, y Sancho ayudaba más á todo con sus simplicidades y boberias. Solo tenia de bueno don Quixote el recado y regalo; porque se le daba bonisimo en presencia de don Alvaro, que siempre comia y cenaba con él, acompañado de diferentes caballeros cada vez. Llegó pues el domingo, en que los que habian de jugar la sortija para universal pasatiempo, se aprestaron y adereçaron lo mejor que pudieron de sus ricas libreas, llevando todos solamente á la entrada del Coso unos escudos ó targetas blancas, y en ellasp. escrita cada uno la letra que más á proposito venia á su pensamiento y al fin de alegrar la fiesta. Pero no quiero pasar en silencio lo que habia en dos arcos triunfales que estaban costosa y curiosamente hechos á las dos bocas de la calle. El primero de la primera entrada, como venimos de la plaça, era todo de damasco azul, de color de cielo, y estaba en el medio dél, por lo alto, el invictisimo emperador Carlos V, abuelo gloriosisimo de nuestro catolico y gran monarca el tercero Filipo Hermenegildo, armado á la romana, con una guirnalda de laurel sobre la cabeça y un baston de general sobre la mano derecha, ocupando lo más alto del arco dos versos latinos que dezian desta manera:

Fraena quod imperii longo moderaris ab aevo
Austria, non hominis, numinis exstat opus.

El pie derecho tenia puesto sobre un mundo de oro, y al derredor dél una letra que dezia:

Mandó su medio Alejandro; Mas nuestro Cesar de veras
Sus tres partes mandó enteras.

El pie izquierdo tenia sobre tres ó cuatro turcos rendidos, con una letra latina que dezia:

Qui oves amat, in lupos saevit.

Al pie del arco de la mano derecha, arrimado á la mesma coluna del arco, estaba sobre una pequeña peana el famoso duque de Alba, don Fernando Alvarez de Toledo, armado, con su baston de general en la mano derecha, y al pie dél la fama, como la pintan, con una trompa, y en ella escrito:

A solis ortu usque ad occasum.

Al pie de la otra coluna del arco, que era la izquierda, sobre otra pequeña peana, estaba don Antonio Leiva, armado y con baston de general, como el Duque, y tenia esta letra sobre la cabeça:

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