Hoy eres una persona respetada, pero mañana puedes encontrarte en el lugar de alguien a quien desprecias.
Un agradecimiento especial a la dirección y administración del Metro de Madrid. También un enorme agradecimiento a quienes cooperan y apoyan.
¿Qué hago aquí?
La pausa se había prolongado. Galina se preparaba mentalmente para el final del concierto, esperando la entrada del primer violín. Gennady, sin abrir los ojos, esperaba algo, como si sintiera que la subconsciencia de nuevo se burlase de él. En ese momento, Gennady no pensaba en la obra. Desde el principio del concierto, él se encontraba muy lejos de la sala donde con Galina tocaba esa tarde. La sensación del escenario se había perdido. Solo intuitivamente seguía atento a lo que estaba pasando en ese instante.
A diferencia del principio, el final del concierto para dos violines con orquesta había sido pensado por Bach de manera que el primer violín entrara antes que el segundo. Puesto que el estado de euforia después de “Largo, ma non tanto” permanecía todavía en la sala, él entró con seguridad, incontenible y parecía inesperado para todos. Detrás de él ha entrado el segundo violín.
Tres primeras notas lo habían dicho todo. En ellas cabía: el amor y el odio, la risa y las lágrimas, la decisión y el miedo ante la incertidumbre, la fe y la desesperación, la alegría y el pesar… Como si Alguien Todopoderoso, con Su mano vigorosa, arrancara la barrera de la presa de un río enorme y este hubiera echado a correr…
La Orquesta que ha seguido al solista era ese bullicioso río de la vida, en cuyo poder se encontraban dos pequeños botes indefensos. Habiéndose precipitado en su cauce, que se había secado hace mucho, y cuyo terreno ya habían edificado habitantes veloces. Esta fuerza implacable se llevaba todo lo que se erguía en su camino, solo dejando las ruinas desnudas de la vanidad humana que desvergonzadas asomaban desde debajo de las aguas.
Y se llevó el río de la vida estos dos barquillos, arrojándolos sobre las rocas. Seguros de ellos mismos, luchaban intrépidamente contra la furia de la naturaleza, intercambiaban dando paso uno a otro. Unas veces, se fusionaban en un único todo y parecía que ya nada pudiera impedir esta unión. Pero el siguiente umbral separaba este catamarán. La potente corriente los llevaba, tratando de quebrantarlos contra los escollos de los problemas. Pero ellos esquivaban los obstáculos una y otra vez, siguiendo su camino, lleno de peligro. Y cuando, parecía, que la tormenta por poco destruye esas indefensas almas, el río de la vida ya había llevado a estos dos barquillos a la desembocadura y se había establecido la tranquilidad… Finalmente, todo llega a la terminación lógica, — el río de la vida desembocaba en el mar del olvido…
La sensación de que cierto mecanismo le dicta a él, al solista, el carácter, la dinámica y, al fin, simplemente el ritmo, ha llegado ya hace mucho y no le abandona, y que él, obedientemente, sigue a la orquesta. Que en otras palabras la idea de la obra como últimamente le parecía no dependía de él.
“¿Puede que sea por la luz inoportuna y deslumbrante de los focos? ¿O por el calor sofocante que crean? ¿Puede ser la corriente del aire? ¡¿Pero qué me pasa?! Que no soy capaz de concentrarme en la música.”
En algún lugar de la sala se ha oído el sonido de la moneda al caer.
“Este público, ha perdido la conciencia completamente: susurros, sonarse la nariz, y ahora las monedas, — se ha distraído Gennadii, — ya no se sabe, qué más se puede esperar de ellos… El público ahora no es igual que antes… ¿Y este sonido de la moneda caída?”
Gennadii se ha acordado de su paseo por Moscú poco antes del concierto. Bajo la luz de la luna que ya había salido y de los faroles de la calle, la nieve que caía parecía aún más chispeante. Como si fueran pequeños diamantes, los copos de nieve revoloteaban llenando el aire de un brillo fantástico, bajaban despacio, obedeciendo a la ley de la gravedad, se acostaban encima de la nieve recientemente caída pero que ya estaba pisada, cubriendo la superficie de la tierra con un mullido plumazo. Este magnífico tapiz blanco crujía debajo de los pies, tranquilizando, como hechizando. Todo esto creaba una atmósfera mágica.
Iban por la calle, habiéndose cogido de la mano, como los colegiales enamorados. En otra mano llevaba el estuche de su propio violín y a la espalda llevaba el violín de su novia. Quedaba suficiente tiempo hasta el concierto. Conversaban amablemente. No, no hablaban sobre el próximo concierto. Esta pareja encantadora conversaba acerca de la pedida de mano que tuvo lugar hace dos días. Ella casi se había congelado completamente, cuando llegaron a la estación de metro más cercana.
Habiendo entrado en el metropolitano, empezaron a oír los sonidos de una guitarra muy lejana, en el pasillo entre las líneas. Sonaba “El Romance Anónimo” de Gómez.
— Se nota desde lejos que es profesional, y el ruido de la muchedumbre, que pasa velozmente delante de él, parece que no le turba ni le molesta.
— “¿Qué va buscando en un país lejano? ¿Qué ha dejado atrás en su tierra natal?” — citó Galina a Lérmontov. — Es evidente que él no es de aquí. Échale una moneda.
— Bueno, le echaron tanto durante el día que es poco probable que pueda llevárselo todo… Y no llevo suelto, solamente tengo esta moneda de colección.
— ¡No sabía que me caso con un cicatero, — sonrió Galina, — no seas acaparado, “la felicidad no se encuentra en el dinero”!
— ¿...Pero en su cantidad? — flirteando con su querida, bromeando finalizó el dicho.
Galina ha fruncido las cejas, siguiendo su broma.
— Escucho y obedezco, mi señora, — continuó la broma Gennady, echando la moneda en el estuche desgastado. Se cayó al fondo del estuche con un golpe seco. Este sonido le recordó a la moneda que había caído en la sala.
— Gracias, — oyeron de repente en español.
— Si es un guitarrista ya se piensa que es Paco De Lucía.
— ¡Y si es un violinista, ya es Paganini! ¿Pero qué te pasa hoy?! Nunca se sabe qué es lo que te espera a la vuelta de la esquina. Hoy tú eres el solista, una persona respetada, y mañana… — Galina con piedad ha mirado al músico callejero, — mañana puedes encontrarte en su lugar, en el metropolitano, en un pasillo subterráneo, o simplemente, en la calle.
— ¡Que no! Nunca en mi vida haré dos cosas…
— ¿Qué cosas? — Galina le miró atentamente.
— No me quedaré en el país ajeno sin visado, como han hecho algunos de mis compañeros que echaron a correr tras una vida mejor, y… — él habiéndose parado mirando al músico. Sus ojos se han encontrado por un instante. La mirada del guitarrista estaba llena de tristezas y una melancolía profunda. El orgulloso joven que llevaba dos violines, quedó turbado. Pero, al cabo de un instante, continuó con voz completamente confiada: — Y más aún, no me rebajaré a ponerme a tocar en el metro.
— “¡Nadie está exento de la cárcel o la miseria!” Es la sabiduría popular, — dijo Galina.
El violinista recordó aquella mirada penetrante que ahora lo atormentaba.
Gennady interpretaba esta obra de memoria, con los ojos cerrados. Algo le estaba molestando. Un presentimiento alarmaba su conciencia…
“Y la tercera parte de Bach hoy sonaba de otra manera. Fue demasiado trágico. En cierto modo hasta funesto, presagiando algo nada bueno”, — pensaba Gennady, tratando de echar los pensamientos lúgubres. Escuchando la grabación del concierto recientemente pasado, él continuaba analizando los acontecimientos de toda la tarde, y al mismo tiempo conduciendo el coche.
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